trozo de pan

lunes, 23 de julio de 2012 a las 3:44
Mientras rastreaba la nevera en busca de un poco de chocolate con el que relegar sus penas al fondo del estómago, recordó que julio ya casi se había consumido en el calendario. Ni siquiera se había acordado de que hacía un año conoció a un buen chico, probablemente el chico más bueno con el que se había cruzado. Es más, hacía un año ese trozo de pan le había reblandecido el corazón y le había insuflado esperanzas sobre el futuro de una relación a distancia, que en algún momento de su pasado había perdido total y absolutamente su credibilidad. En aquel momento, hace un año, estaba sentada en la misma silla de playa en el balcón y sonriendo mientras hablaba durante una hora por teléfono. Estrenaba su nuevo cuerpo, que todavía sufriría más cambios, resultado de alimentarse básicamente de sopa durante dos semanas y del estrés post-traumático de cortar una relación de tres años en la que había buceado tanto tiempo y tan hondo que casi no le llegaba el oxígeno.

Pocos meses después volvió a ser la de siempre y lo abandonó. No era capaz de sentir el mismo dolor que sentía él, pero sí le dolió haber convertido un trozo de pan en un simple pañuelo con el que secar sus lágrimas, y solo sus lágrimas. Fue un acto egoísta. Y durante un año le seguiría la más absoluta y desesperada libertad, un volar de flor en flor con el objetivo único de probar la miel, caprichos dulces.

Y ahora, el karma le había devuelto la jugada. Mientras escuchaba los crujientes cereales con chocolate disolviéndose en pequeñas corrientes de serotonina, entendió los significados de la conveniencia, la apetencia, el deseo y la soledad. Estaba cansada de jugar, pero la competición de su vida estaba por llegar, y le quedaba poco más de un mes para comprobarlo.

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