lecciones

viernes, 26 de abril de 2013 a las 11:47
Con la cara quemada por el sol 
abro la ventana. 
La lluvia cae ante mis ojos 
(y mi pijama). 

Alguien dijo: 
nunca llueve eternamente, 
La vida es siempre ámbar, 
intermitente. 

La fe ciega en segundas partes 
dura lo mismo que los amantes. 
Dos días de alegría, 
cuatro de calmantes. 

Y todo esto, ¿para qué? 
Para no olvidar el antes... 
y aprovechar el después.

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martes, 23 de abril de 2013 a las 1:48
Sonaba "You and me" de Wilco y el sol monopolizaba un cielo por el que yo iba a escaparme de allí en cuestión de minutos. Miré a través de la ventanilla, diciendo adiós en silencio a mis raíces hasta quién sabía cuando. Nuestro poder de decisión es limitado. Encuentros, desencuentros y no-encuentros: había elegido el primero y el último; pero el de en medio siempre acechaba.

Cogí una revista y soñé con ver mi nombre escrito bajo un titular ingenioso. Después, me espantaron tres faltas de ortografía seguidas y me horrorizó que cobraran 5 euros por ello. Al levantar la vista estaba ya surcando el cielo; reconocí las calles de aquella maqueta diminuta en que se estaba convirtiendo mi ciudad. Y entonces, sentí algo inigualable. Distinguí mi casa a vista de pájaro. El lugar donde, inapreciables a mis ojos pero reales, ellos estarían sentados en un sofá, reseteando el contador de mi ausencia. Distinguí las vías del tren y, más allá, la arquitectura de un pseudogenio desde mi posición de semidiós en las alturas. Mi corazón no latió como unos segundos atrás. El dinero no puede comprar los sentimientos.

Continué leyendo el resto del viaje, mientras el sol se acercaba al colchón de nubes allá abajo. Una luz anaranjada tintaba las paredes del avión y la pareja cuarentañera sentada a mi lado dormía sin calzado. Una calma ligera fluía a través de aquella luz. Entonces me di cuenta de que llevaba casi dos horas leyendo, sumergida de pleno en otro mundo. No echaba de menos mi móvil, no echaba de menos mi portátil. Estaba sola y sabía a madurez. Hay madureces que saben demasiado dulce, tanto que empalaga, pero la mía acababa de empezar y sabía a melocotón fresco. Tres chicos hablaban en el pasillo, levanté la vista y cacé unos ojos marrones. La volví a bajar a la revista. Cuando volví a mirar, los ojos marrones me cazaron a mí. Sonreí inconscientemente. Después pasé a ser una víctima de caza más y solo atraje la mirada de su amigo carroñero. Pero ambos eran una fauna respetable en aquel ecosistema efímero.

Medía la altura, diez mil metros según el piloto, en "aves fénix". Construimos significados a través de lo que conocemos, de lo que nos es cercano. Los 60 metros de altura de una atracción de parque temático quebrado en el Mediterráneo me servían como medida de que, sí, estaba más cerca de las estrellas. Cuando las luces naranjas, rojas y rosas fueron engullidas por la noche, distinguí una estrella en lo alto. Pero no parecía más grande, ni más brillante, a pesar de estar diez mil metros más cerca de ella. Las cosas maravillosas en la vida, por mucho que creas que te acercas, siempre serán inalcanzables.

Me guardé la revista en el bolso. Un país pequeño y oscuro asomaba a través del cristal. Muchas luces y atisbos de canales de agua. Había llegado ya a la lejanía, y me resultaba familiar. Sí, había vuelto a mi "casa".

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