Oro líquido

miércoles, 17 de febrero de 2010 a las 0:20
Pasen los años que pasen, durante toda mi existencia, voy a estar verde. No importa cuánto estudie, cuántas veces me caiga, con cuántas piedras tropiece, seguiré estando verde.
Al principio, intentaré ser dura para sobrellevarlo. Mi piel será como una coraza que protege mi corazón y todo lo que llevo dentro, para que nadie pueda traspasarlo y hacerme daño. Poco a poco, con la madurez, casi por inercia, me volveré más blanda, lo sé. A quién le importan las herméticas armaduras cuando ya está acabándose la batalla. No quedará mucho que perder, y puede que alguien consiga conocerme, consiga que me abra, que muestre todo lo que siento, mi interior. Puede que descubra que soy más tierna de lo que parecía por fuera. A veces resbaladiza, otras veces como una suave almohada en la que hundirse y dormir. En un instante efímero, ligeramente menos verde de lo que he estado nunca.

Pero si, en ese momento, alguien ataca de improviso y llega a mi corazón, atravesándolo y rompiéndolo sin piedad en trozos... me quedaré inmóvil, derrotada. Y mientras la ternura con la que me mostraba se va convirtiendo en una oscura fragilidad; aquel corazón que ocultaba durante todo ese tiempo, ahora destrozado, llorará de pena color carmesí. No habrá jamás nadie lo suficientemente bueno ni sabio para repararlo.
Y finalmente, sólo seré un pobre aguacate cortado por la mitad, destinado inexorablemente a yacer entre canónigos y tomates que se bañan en oro líquido... ese último y lujoso placer que sólo se concede en el Mediterráneo.

Horas bajas

jueves, 11 de febrero de 2010 a las 0:29
El agua verdosa del canal parece un cuadro pintado al óleo. Por detrás de mi pasa un holandés en bici, una bici que quizás dentro de algunos meses esté durmiendo en el fondo de ese mismo canal, con otras que yacen olvidadas ahí abajo desde no se sabe cuándo. Algunos barquitos tienen flores en las ventanas y flotan con gracia, tambaleándose con cada soplo de aire.
Cierro los ojos y dejo que el sol me haga cosquillas en la cara, no voy a ser antipática con él por una vez que se deja ver. Desde mi ventana junto a la Plaza Damm todo parece gris, el suelo, el cielo, yo. Algún viejo que se agacha buscando colillas. Pero después bajo a la calle y ya no es gris. La estatua del centro es blanca, y las vías del tranvía brillan. La gente lleva bolsas de colores, y me entran ganas de irme de compras todo el día y alimentarme de comida rápida del Febo a la vez que alimento sus ingresos.
Los jardines que rodean el Rijksmuseum son verdes. Todo es verde. Me encanta tumbarme y oler la hierba. Otros se la fuman. El otro día fui a un mercadillo cerca del Barrio Rojo y un hombre vino, me cogió la mano, la miró mientras murmuraba algo y se fue. Quizás predijo que pasado un tiempo estaría muy lejos, en España, echando de menos las calles de adoquines por las que camina todos los días. Creo que hubiera acertado en su predicción. Algún día volveré a pisar esas calles.

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