Puedo escribir la prosa más triste esta noche

jueves, 30 de julio de 2009 a las 22:56
22:50
22:52
22:56
Mira el reloj y nunca marca la misma hora, ni el mismo minuto, ni segundo, ni fracción...
Casi puede escuchar el sonido inevitable de los momentos que se deslizan entre sus dedos. Ninguno es igual al anterior. Ninguno se va a repetir. Y todos se escapan.
Traga saliva. Tiene un nudo en la garganta desde hace días.
Alza la mirada al cielo oscuro, y las estrellas que ve se pueden contar con los dedos de una sola mano. No más, no mientras observe desde esa jaula invisible que es la ciudad en la que nació. Estrellas lejanas y titilantes que brillan todas las noches, nadie sabe desde cuando. Quizás tan sólo estemos viendo el fulgor de sus destellos de antaño; están tan lejos que su luz lleva miles de años viajando para que la veamos, y mientras tanto ellas no han sobrevivido al tiempo.
Nada ni nadie puede sobrevivir al tiempo. Todos sucumbimos.

Ojalá pudiera pararlo, concentrar toda su felicidad en una eterna fracción de segundo y después ponerlo en marcha otra vez.
Por desgracia no puede hacerlo. El tiempo se le escapa. Y él también.
Y lo único que se le ocurre es seguir mirando esos destellos en el cielo, sola y en silencio. Porque no sabe cuándo se apagarán, pero es lo único que no se va a mover, lo único que siempre la acompañará en su soledad mientras siga viva.

Impulsos

domingo, 26 de julio de 2009 a las 2:11
Fue un instante familiar. Lo que solía denominar "déjà vu". No era la primera vez que le ocurría, e intuía que tampoco sería la última. Al menos eso esperaba, albergaba la esperanza de volver a sentir que ya había visto o sentido ese preciso momento de la vida. Esas mismas circunstancias.
Quizás estaba muriendo, y sólo eran retazos rápidos de su vida que estaban correteando entre sus débiles neuronas, llevándola al final en un desvanecimiento.
Quizás estaba naciendo, y sólo estaba poniendo marcas en aquellas situaciones que, inexorablemente, el destino la arrastraría a vivir.

Quizás no era ninguna de las dos cosas. Quizás nunca lo llegaría a saber.
Pero, en aquel momento, supo que era una señal. Y un impulso la llevó a sonreír, sin saber si era buena o mala. Aquellas sensaciones la hacían sentir arropada. Le consolaba la idea de que la estaban llevando por un camino, fuese el que fuese, y no por la cizaña y mala hierba que crece entre éstos.
Todos los caminos llevan a algún sitio. A callejones sin salida, a bellos campos de amapolas, a sótanos oscuros o a otros caminos. Sin embargo, lo importante no es a dónde llevan, sino lo que se vive mientras los recorres.

Cristales

martes, 7 de julio de 2009 a las 22:47
Siempre le acariciaba la mano. Un día tras otro. Incansable. Tierno.
Aunque ella no pudiera oírle, él le susurraba.
Pasaron meses.
Y él siguió allí, observándola al pie de su cama y esperando a que ella volviera de su viaje. Imaginando cómo podía ser todo en un futuro. Deseando que llegara el día que lo hicieran real entre los dos.


Abrió los ojos poco a poco. La luz la cegaba. La luz de su sonrisa. De su mirada. Notó como sus dedos le acariciaban el pelo. Cómo le decía algo. Dos palabras.
Lo único que podía hacer era sonreír. Había vuelto de un largo viaje y él había seguido esperándola, aunque supiera que no iba a contarle las cosas que había visto.
Se sintió feliz. Podía empezar todo de nuevo. Un nuevo viaje acompañada, con detalles que contar, con alguien que la llevara de la mano.
La enfermera apareció para recordar que se cerraba el horario de visitas, y él prometió volver al día siguiente para contarle los planes que por fin podían llevar a cabo. La besó dulcemente, cerrando los ojos, llevándola a otro lugar, tranquilo, silencioso, cálido... y se despidió, guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta.


Aquella noche ella durmió como no lo había hecho en meses. Soñó. Vio colores, escuchó melodías, risas, caminó por paisajes verdes, olió flores, se tumbó bajo el sol. Por la mañana, amaneció con una sonrisa en la boca, lista para vivir otra vez.
Lo esperaría. No le importaba que fuera impuntual, él había esperado mucho tiempo por ella. Esperaría lo que él tardara.



La noche anterior, mientras ella soñaba, él salió del hospital feliz como no había estado en meses. Se había despertado.
Caminó sonriente hacia su casa, casi trotando.
Apenas le dio tiempo a reaccionar. Cuando quiso darse cuenta, yacía en el suelo, entre cristales. Levantó la cabeza y vio sangre a su alrededor. Colores en movimiento, alarmas pitando frenéticamente. No había notado nada. No sabía qué había pasado. No sentía dolor físico.
Sólo el dolor de una certeza. Que había esperado para verla vivir, pero esa vida ya no iba a compartirla con él.
Que ya no volvería a verla.
Antes de que sus ojos miraran inertes al infinito, una lágrima rodó por su mejilla. "Espero que algún día me perdone", pensó, sintiendo su corazón latir por última vez.

Para siempre

viernes, 3 de julio de 2009 a las 13:17
Era triste.
Le rompía el corazón.
Pero más se lo rompía que todos aquellos sueños ya no fueran a cumplirse nunca.
Que ya nunca la llevaría a su habitación haciéndole seguir un camino de velitas. Ya nunca apoyaría la cabeza en su hombro frente al resplandor de la luna.
Ya nunca vería corretear niños de ojos azules que acababan de aprender de él a guiñar el ojo y montar en bici. Ya nunca les iba a elegir la ropa con esmero.
Ya nunca iban a recorrer lo que les quedaba de mundo juntos. Ya nunca iban a recorrer lo que les quedaba de noche entre sábanas.
Todo se esfumó en un instante. Un instante del presente apenas imperceptible, que dejó todo aquel futuro en un inalcanzable pasado. Para siempre. Y para nunca.

Imperfectamente | Powered by Blogger | Entries (RSS) | Comments (RSS) | Designed by MB Web Design | XML Coded By Cahayabiru.com