taxistas

domingo, 22 de julio de 2012 a las 19:26
Los últimos cuatro meses habían corrido como corrían las calles vacías y amarillentas cada noche a través de la ventanilla de un taxi. Había conocido a todo tipo de taxistas: silenciosos, habladores, cansados... Pero los últimos tres habían sido metáforas personificadas, señales de tráfico que indicaban el fin del trayecto.

El antepenúltimo era charlatán, hacía gala de un sentido del humor cotidiano, acostumbrado a los pequeños detalles que hacen diferente un día de otro. Ni se percató del detalle que hacía diferente la noche de sus pasajeros del asiento trasero: unas caricias titubeantes en las manos, algunas miradas de reojo. Era un principio alentador. Solo dos personas, una noche por delante y las ganas acumuladas en el contador de kilómetros.

El penúltimo era uno de esos mañaneros que, a pesar de tener pareja, miraba con los ojos a punto de salírsele de las cuencas a una chica que volvía a casa una vez amanecido el día. Su voz sonaba ávida de cosas que, al parecer no tenía en ese momento. Ella tampoco podía tener lo que quería: un despertar tranquilo en brazos de alguien que le hiciera el desayuno después de, quizás, una noche de rutina sexual. Al menos había disfrutado de algunos abrazos y un sexo nada rutinario, ya sin caricias titubeantes en las manos ni miradas de reojo.

El último era un taxista de madrugada. Casi ni reparó en aquella chica que había salido hecha una barbie de casa y ahora parecía una barbarie. La sonrisa y el poco maquillaje que habían arrancado piropos de varios hombres aquella tarde habían quedado arrasados por las lágrimas. Ironías de la vida, sonaba My Friend, de Groove Armada. Nunca antes había creído que la vida real tuviera banda sonora, como en las películas. Pero así era, y sonaba en el momento justo. Amigos. Armada hasta los dientes.

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