miércoles, 27 de mayo de 2009 a las 0:08
Cierra el periódico y lo deja en un banco. Ante ella, un pequeño jardín cuidado crece lentamente, esforzándose para alcanzar el sol. "Suerte que las plantas no piensan. Pobres ilusas... si supieran que las van a podar mañana no se molestarían en crecer".
El periódico no contenía nada interesante. Lo de siempre. Noticias buenas y malas, ofertas de empleo. Ella era idónea para algunos de esos empleos.
Pero allí llegaba la tarea que mejor remuneración le ofrecía. La más tentadora.
Una tarea de pelo zanahoria y aire de rockero aislado del mundo terrenal. De los genuinos, no de los que buscan cómo es un rockero aislado del mundo terrenal en las revistas. Pelo-zanahoria se quita los cascos y vuelve a la Tierra.
- ¿Qué escuchas, Marcos?
- Ah, un disco que me pasó el otro día Alex, de un grupo noruego que... -lo que le dice le entra por un oído y le sale por el otro. Escucharlo hablar de lo que le gusta es como mirar un escaparate. Es entretenido, ve emoción, alegría, ganas... y cuando acaba, pasa a otra cosa. - ... un sonido acústico genial, si quieres te lo dejo.
Dicho y hecho, le sonríe y cambia de tema.
- ¿Esta noche haces algo?
- Supongo que saldré con los del grupo a cervecear un poco...
- Qué raro -comenta sin mucho interés, contando los árboles que hay plantados enfrente.
- No sé... ¿tú tienes plan?
La pregunta la sobresalta. Ella no tiene que dar información.
- Pues... no - "¿a dónde me está mirando?", frunce el ceño.
Marcos se revuelve un poco el pelo, dubitativo.
- Bueno, si te apetece puedes venir con nosotros -dice mirándola a los ojos esta vez, y apoyando un brazo en el respaldo del banco.

Ella no contesta de inmediato. "¿Se ha puesto nervioso o es cosa mía?". Tiene que salir del paso como sea e ir a casa.
- Ya te llamo luego si eso, que tengo que hacer unas cuantas... gestiones -y sonriendo, se levanta.

Se despiden con dos besos y ella se va alejando hacia su casa. "No está mal...". Antes de salir del parque, recuerda que se ha dejado el periódico y se da la vuelta impulsivamente. Y sus ojos se cruzan en una décima de segundo. Él seguía allí sentado, con los ojos fijos en un punto: ella. Le hubiera parecido normal en él, si no fuera porque no llevaba los cascos puestos, es decir, que estaba en pleno mundo terrenal. Y ese pleno mundo terrenal era ella de espaldas. Sonríe para sus adentros y desaparece de su vista.

Al llegar, se conecta, pero Carol no está. Piensa lo que le va a contar. "Marcos está en la parra, pero cuando se quita los cascos es bastante simpático. De hecho es agradable... me ha dicho que si salgo esta noche con sus amigos, en realidad no está mal. Aprobado. Además esos pantalones le hacen un..." NO. Eso es demasiado subjetivo. De hecho, Carol necesita objetividad... si quería una descripción subjetiva debería haber quedado ella con él.
Ocupa el resto de la tarde adelantando trabajo, más tarde cena, y después va a su habitación a ponerse el pijama y escribirle el e-mail a Carol.

En ese mismo momento, un mensaje al móvil. Es de Marcos. Antes de abrirlo ya está sonriendo. Dice que está con sus amigos en la Bierwinkel y que va a volver a casa porque se han emborrachado la mayoría. "Y tú por qué no?", le envía. "No me apetecía, quería estar bien esta noche. ¿Has salido?". Ella, resuelta, le miente: "Sí, claro. Pero se han ido a una discoteca y yo necesitaba algo más tranquilo. Estoy volviendo a casa.". Un silencio de cinco minutos. "¿Te apetece dar una vuelta antes de dormir? Voy a pasar por tu puerta en un rato. No te aseguro tranquilidad, pero puedo intentarlo...". ¡Se ha atrevido! "Ok. Hazme una perdida cuando estés abajo"

Al cabo de un rato, sale de su casa. Pelo suelto, vaqueros y una camiseta bonita, y recibe la noche con una sonrisa pensativa. Atrás ha dejado su ordenador, encendido. En la carpeta de enviados, un correo a Carol: "He estado con él. Calificación: 4. Está en la parra y es un salido... Una pena"

Perlas

viernes, 22 de mayo de 2009 a las 0:53
Decenas de perlas de luz sucumben a la gravedad. Majestuosas. Elegantes, todas a la vez pero cada una por sí misma, chocan inevitable y estrepitosamente contra el suelo. Toman direcciones diferentes, dibujan miles de ángulos a mi alrededor, ruedan. Brillan. Gastan sus últimas energías en una competición absurda por llegar más lejos que las demás. Pero finalmente, todas y cada una de ellas se quedan quietas, inertes, cansadas de todo lo que han vivido juntas.

Todos los rincones de mi habitación se han convertido en tumbas improvisadas. Aquella pulsera me gustaba mucho. Me gustaba. Ya no es. Podría recogerlas, una a una, y pasarlas por un hilo nuevo. Pero ya nunca será la pulsera.
Podría regalarme otra, pero no será tampoco aquella pulsera.
Me siento en la cama, rodeada de recuerdos rotos. Estaba escuchando Lamb. También fue un regalo. También se rompió, incluso antes de recibirlo. Era un presagio.
La habitación verde nunca me ha parecido tan ausente de esperanza. Ya no puedo cerrar puertas y ventanas y escapar.

Y, dándome cuenta de todo lo que se ha roto, rompo a llorar. Pequeñas gotitas saladas. Impasibles. Despiadadas. Ellas también corren en una competición absurda por mi cara, pero nunca acabarán en un rincón, nunca se quedarán quietas.
Seguirán corriendo aunque no las vea nadie, atacándome con la excusa de que hay que limpiar los ojos. Aunque yo no se lo permita, seguirán dentro. A veces las oigo formar olas dentro de mi cabeza. Son crueles.
Y, mientras miro el techo, una ola me alcanza de imprevisto y me empuja contra las rocas.
Yo también me rompo.

Simplicidad

domingo, 17 de mayo de 2009 a las 20:08
Observo cómo se va alejando. El punto de fuga de este cuadro es como un diminuto agujero negro que lo va absorbiendo todo, incluído él. Desaparece tras una esquina, finalmente.
Allí me quedo yo, quieta, con los ojos fijos en algún portal. Ajena a lo que veo, atenta a lo que pienso. Entre mis manos, un papel que envejece conforme lo aprieto, formando mil arrugas prematuras que ayer no lucía. Inexpresiva, lo miro: un caos de buenas intenciones, un caos de sentimientos que intenté poner en orden para él, una tarde en la que dejé fluir mis deseos a través de la tinta. Tiempo que quise regalarle, pero que he perdido.
No me siento frustrada, tan sólo abatida, desganada. Ha sido mi decisión. "Mejor perder una tarde que un año, querido amor platónico", pienso.
- ¡Qué guapa te has puesto hoy!
- Voy igual que siempre... - y, volviendo a la realidad, esbozo una calculada y tímida sonrisa - eres tú, que me miras con buenos ojos.
Lo abrazo.
- Mira que eres tonta... aunque para mí siempre estarás guapa - dice, acariciándome el pelo y suspirando con disimulo. Me envuelve con sus brazos y no le veo la cara, pero sé que estará cerrando los ojos... qué tierno.

Es lo justo. "A una persona complicada como yo, le conviene la simplicidad de alguien como éste", me reafirmo, guardándome el papel arrugado en un bolsillo.




"A veces hay que conformarse...", piensa él con una sonrisa amarga y cansado de negativas constantes, la última de ellas una hora antes, en un mensaje de texto que se ocupó de borrar cuidadosamente.

Crustáceo

miércoles, 13 de mayo de 2009 a las 18:08
He intentado escribir, porque un layout nuevo se lo merece.
Pero sólo se me ocurría lo que hay, la primavera, los pajaritos, el sol, imaginarme (censurado). No tiene nada de malo, las clases de matemáticas se me hacen muy amenas, pero no me apetece.
Luego lo he intentado con el método antiguo, ir al diccionario y buscar tres palabras. Y me han salido: cabalgar, paja y crustáceo.
Yo no tengo la culpa. Es ajeno a mi voluntad. Es la primavera... si al final tendrán razón: el sexo mueve el mundo (y seguro que gracias al haber incluído esa palabra en este texto, doblo las pocas visitas que puedo tener al publicar una entrada normal).

¡Feliz primavera!

Miradas

martes, 12 de mayo de 2009 a las 0:30
Me mira. Salgo de la ducha, y al abrirme paso entre sutiles bailarinas de vapor, me veo reflejada. Me reflejo en ese espejo que me conoce mejor que nadie. Me reflejo en esas palabras que has dibujado con tus dedos mientras yo no miraba.

Me mira aunque no esté ahí. Desde el techo, ese que nos ha visto caer rendidos tantas noches, ese que ha oído la dulzura con la que arremetíamos el uno contra el otro en una carrera sin ganador ni perdedor.

Me mira desde ese ángulo que siempre escondo en las fotos, el que sabe que no me gusta. A sus ojos no puedo esconder nada, siento vergüenza, me sonrojo, a veces me humilla su vista clavada en mis puntos más débiles. Me atraviesa sin piedad. Lo acepto, me tendré que acostumbrar.

Sé que no se va a ir. Que me perseguirá, se convertirá en mi sombra. Esperará a que se haga de noche y esté sola para mezclarse entre la oscuridad y rodearme, abrazarme, susurrarme todas esas cosas que no quiero escuchar. Me apretará tanto que sentiré el calor de la sangre que corre por nuestras venas, los latigazos que me da con cada pálpito.

Yo puedo verlo. No lo elegí. Mucha gente quisiera, pero no tienen ni idea de lo que es verle la cara. Su cara es indescriptible. En ella veo todo lo que he hecho mal a lo largo de este tiempo, nunca me regalará una sonrisa, y sabe que lo entiendo. Sus ojos vidriosos y cansados, de tantas lágrimas y noches en vela; sus labios cortados de los nervios y el autocontrol; su piel apagada y fría... como el fuego de una esperanza cuando se extingue.

Ha venido, como suele hacer todas las noches. El fantasma de mis errores.

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