Fascinación

martes, 30 de junio de 2009 a las 5:58
Sé que no es adecuado. Probablemente, un error que me puede salir caro.
Pero he bebido. Alcohol caliente. La humedad de la playa. El yodo. La terraza. El verano. Él.
Se ha repetido la historia pero con un diferente grado de madurez. Un tono amistoso como nunca, la misma fascinación de siempre.
Por suerte, hoy me he vestido de griega. Ahora que mi autoestima esta en su cumbre, me atrevo a decir que de diosa griega. Apolínea. Exhuberante. Blanca.
Y me he atrevido. A atreverme. A dejar que se atrevan.
Me lo merezco.
Mi reflejo en el cristal me insta a acomplejarme. Pero, decididamente, se agradece de vez en cuando que haya hombres en el mundo (y eso no quita que sean todos unos cerdos, lo cual esta noche agradezco también) que se adelanten a mis reflejos.
Simplemente, se agradece que haya hombres en el mundo.
Y a la vez, lo siento como una condena.

Chonismo momentáneo.

martes, 16 de junio de 2009 a las 0:42
Hoy, ha caminado con un dolor titilante de pies tan sólo por llevar unas sandalias bonitas. Ha sentido pánico y se ha quedado en blanco ante una integral. No hubiera sido el mismo caso tratándose de un desnudo integral. O sí.
Ha atravesado el campus a pleno sol, cargada con libros y coja, mirando con recelo a la gente que bebía cerveza a la sombra en la cafetería.
El bolso le daba calor, se sentía derretir sobre el asfalto, pupilas dilatadas de la emoción, una carrera cuya meta era un autobús que poco a poco se iría llenando de sexagenarias pintarrajeadas cual Sofía Loren.
Ha llegado a casa descubriendo temerosa que le faltaba el aire, y mientras hacía malabarismos con las llaves, el bolso y los libros para abrir la puerta, ha visto a su vecino reflejado en la puerta, detrás de ella.
Él la ha adelantado, y ella no ha aceptado el reto. No se puede hablar de competitividad al borde de un síncope y ante 30 peldaños que llevan a un ascensor estropeado...
Y, al llegar a la cima, la puerta de ascensor que se había cerrado se abre, con un tesoro de vecino que acepta acompañar a la perdedora a su casa.

Después ha bajado a la biblioteca con los pantalones que usa para dormir, cubriendo un cuerpo por cuyas venas corría el café. Y así, vestida de ir por casa, acalorada, coja, cargada con libros y el pelo como si hubiera metido los dedos en un enchufe... ha captado la atención de alguien. Un joven montado en una vespino ruidosa y fea y con aspiraciones a vendedor de electrodomésticos usados en el rastro, ha posado su mirada en ella, cual mariposa posándose sobre una delicada flor. Acto seguido, ha tocado el claxon repetidas veces, mientras hacía una demostración de cuánto podía sacar los ojos de sus órbitas.
Y ella, inexplicablemente, se ha sentido bella. De su interior ha aflorado un orgullo choni del cual desconocía la existencia. Ella. Durante un minuto, ha disfrutado de su título efímero de princesa del guetto.
Luego, ha sepultado ese vergonzoso orgullo y le ha dedicado otro minuto, pero de silencio. Descanse en paz.

Relámpagos

sábado, 13 de junio de 2009 a las 1:03
Anoche soñó ser perseguida por una tormenta. La oscuridad se cernía sobre ella, el sonido de sus pasos apenas se oía, arrastrado por insensibles ráfagas de viento. A lo lejos, los demás gritaban, pero sus palabras eran imperceptibles. No escuchaba. O no quería escuchar. El más absoluto silencio que precede la tempestad era como una hoja en blanco. Sólo para ella. Sólo tenía derecho a agrupar letras y dejar correr la tinta ella misma. Nadie más.
Decenas de raíces eléctricas descendían desde las alturas en busca de su alegría, sus ganas y su ilusión. Casi podía sentir esa descarga, esa sensación de ir quedándose vacía, sin sustancia.
Pero cuando al fin iba a entregarse, despertó.

Desconocido

martes, 9 de junio de 2009 a las 21:13
Llegó pronto.
Aún así, él ya estaba allí. Se sentó. Se miraron a destiempo, cuando el otro no miraba. Como siempre. Él concentrado con sus matemáticas, ella con un libro de derecho mercantil con aspecto de biblia.
Vivía cerca de su casa, pero no sabía exactamente dónde. Una vez lo vio desde el balcón cruzar la calle, con su típico polo de Fred Perrys, su aire ensimismado y el pelo alborotado.
No sabía absolutamente nada de él, salvo que llevaba una pulserita roñosa del FIB de color verde. Y, sin embargo, era un desconocido de fiar.
Una vez, ella le dijo que bajara la música. No sabía por qué, pero tenía la corazonada de que le gustaban The Strokes. Otra vez, él se sentó en su mesa y le dijo si otro chico ocupaba ese sitio.
Qué le iba a contar ella de personas que ocupan el lugar de otras...

Faltaban días para los exámenes, se respiraba tensión en el ambiente. Pese a todo, él seguía impasible, metódico, relajado. Eso la tranquilizaba. Hacía su pausa de siempre y bajaba a merendar, o a fumarse un cigarrillo. Como ella nunca bajaba, no lo había comprobado. Aquel era un buen momento para hacerlo.
Cinco minutos después de que su asiento quedara vacío frente a ella, cogió el móvil y bajó. Las escaleras de metal crujían ásperamente bajo su peso. Incertidumbre. Pero no la amedrentó aquel camino hacia lo desconocido... porque no podía perder nada.
Salió y él estaba sentado junto a un pilar, tocándose la frente.
Le sonrió. ¿Y ahora qué? No fumaba, así que no podía pedirle un cigarro y entablar conversación, y tampoco estaba merendando, así que... no, no le iba a pedir comida aunque tuviese.
Echó un vistazo alrededor. Y mientras decidía si acercarse o alejarse, el chico retro intervino, por fin.
- ¿Cómo lo llevas?

Con aquella frase comenzaron casi todas las conversaciones siguientes.
Es curioso cómo a veces resulta más fácil hablar con un desconocido que con alguien que te conoce.
Pero algún día, por suerte o por desgracia, los desconocidos dejan de serlo.

Sábanas

domingo, 7 de junio de 2009 a las 3:05
Anoche estuvo pasando páginas. Páginas escritas desde la tristeza, la ilusión, la curiosidad, la decepción, la confusión... antes de cerrar por fin la libreta, leyó una última frase escrita hace unos años. "El amor y el tiempo son cosas que nunca sobran".
Se durmió tarde.

Tímidos haces de luz que se colaban entre las cortinas la despertaron con pereza la mañana siguiente. Silencio. "El amor y el tiempo son cosas que nunca sobran". Aquella mañana no había sonado el despertador. Por fin... pensaba que nunca llegaría el día en que sus sueños no se vieran interrumpidos por los pitidos de la responsabilidad.
Se giró bajo las sábanas, y él volvió a dejar descansar su brazo sobre su cintura. Sus ojos seguían cerrados, dormía con tranquilidad.

Y entonces se dio cuenta de que ya era hora de pasar página y no volver a mirarla.
Aquella mañana y en aquella habitación, había amor y tiempo de sobra para escribir de nuevo.

Grava

jueves, 4 de junio de 2009 a las 23:36
Aquellos columpios. Tardes de vueltas, saltos, sonrisas, tierra, piedras. Toboganes por los que la vida se desliza. Un parón en seco, una montaña de cuerpos.
Y vuelta a empezar.
Sin recuerdos. Sin memoria. Una amnesia caprichosa que sólo otorga la sensación de haberos visto alguna vez. Vuestras miradas me son familiares. Miradas ahora diferentes, duras, melancólicas, felices, indiferentes, convencidas, miradas sinceras. Almas reflejadas en espejos brillantes y limpios que ahora están rotos y sucios. Pisoteados. Resquicios de cristal. Años de suerte. Ni mala ni buena. Azar.
Esos ojos que una vez recorrieron el mismo camino que el mío durante tardes interminables, esos ojos que prometían amistades infinitas, que me enseñaron el significado de la palabra siempre. Siempre... y para siempre.
Pero nunca he entendido para qué sirve realmente esa palabra. Siempre no existe. Siempre se acaba. Siempre.

La grava cruje cuando la piso. Los árboles han crecido y dan una sombra fresca. Nosotros hemos crecido y sólo somos sombras de lo que fuimos. Ya no recuerdo ni siquiera de quiénes hablo. Pero todos esos niños me son familiares... todos esos niños que se tiran por el tobogán y hacen un tapón.
Cuerpos amontonados.

En todas las ciudades hay cementerios.

Atentado contra la poesía

lunes, 1 de junio de 2009 a las 21:27
Y así camina, muerta en vida, chutándose café en cada esquina... de la casa.
Es una zombi ávida de páginas, láminas, exámenes,
textos que no deben olvidársele.
No se fía de los poetas
pero cualquier cosa es mejor
que estar cara a la libreta,
abandonar certezas,
beber cerveza,
perder la cabeza...

Pero sólo un rato.
Gato, ato, ato.

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