En el backstage

martes, 24 de noviembre de 2009 a las 1:19
Y cada vez que te despides, algo en mi interior, una parte de mi alma, se encoge como una niña pequeña asustada en un rincón, temerosa de lo que puede haber ahí fuera. Cada vez que te despides temo que sea la última vez que lo haces, temo que desaparezcas, como desaparecen los pájaros que vuelan hacia el sol al atardecer y ya no vuelven hasta que llega el calor.

Siento que vivo esperando, paseando entre memorias como un alma en pena, escuchando el arrastrar de mis pies, soportando el peso del tiempo que no estoy contigo sobre mis hombros. En ocasiones, mi mirada se refleja en el espejo. Ya no veo ese brillo que acompañaban tus sonrisas mientras me cogías de la mano, veo un brillo cristalino y salado, que cae sobre mis mejillas una y otra vez. Nunca estos ojos se han bañado en el mar de la tristeza tantas veces, las olas de recuerdos que me acarician una tras otra son persistentes, incansables, silenciosas.
Antes de que la noche caiga sobre mis pupilas, y bajo mis párpados se acuerde una tregua durante unas horas, un miedo me asalta para flotar por mi subconsciente hasta la hora de despertar. ¿Y si eres tú quien se enamora de nuevo, y no yo?

Pero antes de que me de tiempo a seguir pensando respuestas, deseo con fuerza que caiga el telón para reunirme en el backstage contigo, como siempre hacemos a escondidas... mientras el sueño dura.
miércoles, 18 de noviembre de 2009 a las 23:26
No podía dejar de pensar en los más dulces amaneceres. Los tímidos rayos de luz entraban siempre por la ventanita del techo de la buhardilla. Él dormía como un angelito, todo blanco, delicado, envuelto en sábanas suaves como la noche. Le gustaba sonreírle en silencio sin que él supiera que lo miraban, detener la mañana en esa habitación en la que se querían, en el mismo centro de alguna ciudad y ajenos a todo su movimiento.
Sin embargo, la claridad de esos pensamientos quedaba empañada como un cristal con vaho. Toda esa felicidad quedaba desenfocada, borrosa. El miedo es transparente, y nunca antes se había sentido ahogar por dentro como cuando lo echaba de menos.

Velas

domingo, 4 de octubre de 2009 a las 0:52
Y ahora, ¿ahora qué?
Si todo aquello que antes la ilusionaba ha quedado desprovisto de significado. De emoción. Insípido.
Cada día se acuesta asustada ante la frivolidad con que ahora piensa en ellos. Un beso le produce indiferencia. El amor ya no se hace, tan sólo existe el polvo. Ese polvo que lo acaba cubriendo todo, como una manta que te arropa en invierno para darte calor.
Porque ha abierto los ojos, ha observado, después de tantos avisos, de tantos consejos, de tantos comentarios que ella consideró tonterías. Mejor dicho, no ha observado. No quiere observar.
No quiere volver a oir hablar de ello.
Olvidar...
Y pensar que tan sólo es un país escandinavo de esos que le gustaría visitar. Que algún día encontrará a alguien que la reciba con una flor y un abrazo. Alguien que le abrirá la puerta, llevándola por un camino iluminado por la tenue luz de las velas. La intimidad de Quique González. La dulzura del chocolate. La pasión en un par de copas. La eternidad de un sueño compartido en una noche ártica.
Le encantaría volver a ser una ingenua, de esas que piensan que todavía existen hombres así. Pero es imposible, una vez se pierde la inocencia no se recupera.
Igual que ya nunca podrá recuperar muchas cosas. A él. Ese tiempo que lo esperó con el corazón encogido. Esa emoción que la invadía cuando paseaban juntos en Londres. En Estocolmo. En Valencia. Por su casa. Por su piel.
Y, sobre todo, nunca podrá recuperar esos diminutos trocitos de su corazón, que de tanto pisarlos se han convertido en eso, en polvo.

Mar

domingo, 20 de septiembre de 2009 a las 19:10
Tan sólo me dejo llevar por la corriente.
El mar luce oscuro, misterioso, tentador. Un sendero blanco indica el camino a nadar hasta la luna, grande, clara, engañosamente cautivadora. Me ilumina lo justo para que esto se considere insinuación.
Y me dejo llevar por la corriente. Frente a unos ojos verdes enmarcados por su pelo rizado y alborotado, que sin miedo y con tranquilidad acarician mis hombros.
Hace frío. Pero aún así me gusta provocar corrientes.

Maltratadores

lunes, 10 de agosto de 2009 a las 1:21
Contemplo a ese hombre y a una rata y no observo la mínima diferencia.
El hombre, en general, se caracteriza por ser un animal, un mamífero concretamente, pero se le distingue de otras razas animales por su capacidad de razonamiento. El hombre puede decidir. Puede tener una idea del bien, una idea del mal, y actuar según una cadena de valores y unos principios. El hombre piensa, y al menos intenta actuar de forma coherente a sus valores.
El hombre nace, se reproduce y muere, y mientras todo esto ocurre, es capaz de crear vínculos afectivos con otros de su especie. Cree estar sumido en un estado al que llama enamoramiento, y que tan sólo es una reacción química en su organismo. Los sentimientos que le provoca este estado le impiden usar su capacidad de raciocinio al máximo rendimiento, y a veces toma decisiones absurdas e ilógicas en nombre del amor, o simplemente no las toma. Pero, por encima de todo, en nombre de ese sentimiento propio del enamorado, ama. Un lazo invisible lo une a otro ser humano, hacia el que siente una dependencia emocional, de diferente intensidad dependiendo del especimen observado. El hombre se siente realizado cuando al amar es correspondido, cuando puede disfrutar con esa otra persona, cuando deciden compartir su vida.
Sin embargo, no todos los hombres se sienten correspondidos. Como todo animal, intentará conseguir su objetivo con insistencia. Al cabo de un tiempo, si lo consigue, se sentirá realizado. Si no lo consigue, buscará otro objetivo.
Pero existe otro tipo de reacción, que no merece ser calificada de humana, y que ni siquiera la mayoría de animales tienen.
La reacción violenta.
Esta reacción puede desencadenarse desde diferentes origenes, pero siempre con un mismo fin: la agresión, el daño, el dolor. El hombre sufre un trastorno que lo convierte dominante en exceso, incapaz de razonar con claridad y de ordenar sus ideas. Persigue a su víctima como si fuera un animal de caza. Y el único objetivo que tiene un animal de caza es matar.

Cada vez que enciendo la televisión tengo que ver en el telediario una noticia sobre una mujer asesinada por su compañero sentimental. Estoy harta. Siento rabia hacia esos hombres que no aman a las mujeres, que en vez de sentarse a dialogar o darse a la bebida optan por coger un cuchillo o incluso optan por usar sus propias manos para acabar con una vida sobre la que no tienen ningún derecho. Siento miedo de pensar que hombres como esos pueden estar caminando ahora por mi calle. Siento indignación porque sé que se va a repetir, que siempre hay algún hijo de puta suelto que no tiene dos dedos de frente y no puede superar que nadie lo soporte y por eso se desahoga con la persona a la que una o quizás muchas veces ha dicho que quiere, con la persona a la que se supone que debe respetar por encima de otras.
No soporto la violencia y creo que cualquier conflicto se debe solventar mediante el diálogo, pero con este tipo de animales se debe hacer una excepción. No son personas, son animales. Matan. No matan por su supervivencia, matan por placer. Piensan en matar, fijan un objetivo y no dudan en pegar patadas, meter puñetazos, clavar cuchillos, golpear con objetos, ahogar, empujar, quemar a sus víctimas hasta que acaban con ellas.
Son asesinos. El asesino más frío que hay. Un asesino no ama, está enfermo. No escuchan los gritos de la vida que arrancan con sus manos, no sienten nada al mirar los ojos inertes de alguien que un día los miraba con amor.
Lo único que siento es asco. Deberían probar su propia medicina, sufrir en su propio cuerpo lo que ellos hicieron sufrir a otra persona que merecía vivir.
Mi desprecio más absoluto hacia ellos.

Puedo escribir la prosa más triste esta noche

jueves, 30 de julio de 2009 a las 22:56
22:50
22:52
22:56
Mira el reloj y nunca marca la misma hora, ni el mismo minuto, ni segundo, ni fracción...
Casi puede escuchar el sonido inevitable de los momentos que se deslizan entre sus dedos. Ninguno es igual al anterior. Ninguno se va a repetir. Y todos se escapan.
Traga saliva. Tiene un nudo en la garganta desde hace días.
Alza la mirada al cielo oscuro, y las estrellas que ve se pueden contar con los dedos de una sola mano. No más, no mientras observe desde esa jaula invisible que es la ciudad en la que nació. Estrellas lejanas y titilantes que brillan todas las noches, nadie sabe desde cuando. Quizás tan sólo estemos viendo el fulgor de sus destellos de antaño; están tan lejos que su luz lleva miles de años viajando para que la veamos, y mientras tanto ellas no han sobrevivido al tiempo.
Nada ni nadie puede sobrevivir al tiempo. Todos sucumbimos.

Ojalá pudiera pararlo, concentrar toda su felicidad en una eterna fracción de segundo y después ponerlo en marcha otra vez.
Por desgracia no puede hacerlo. El tiempo se le escapa. Y él también.
Y lo único que se le ocurre es seguir mirando esos destellos en el cielo, sola y en silencio. Porque no sabe cuándo se apagarán, pero es lo único que no se va a mover, lo único que siempre la acompañará en su soledad mientras siga viva.

Impulsos

domingo, 26 de julio de 2009 a las 2:11
Fue un instante familiar. Lo que solía denominar "déjà vu". No era la primera vez que le ocurría, e intuía que tampoco sería la última. Al menos eso esperaba, albergaba la esperanza de volver a sentir que ya había visto o sentido ese preciso momento de la vida. Esas mismas circunstancias.
Quizás estaba muriendo, y sólo eran retazos rápidos de su vida que estaban correteando entre sus débiles neuronas, llevándola al final en un desvanecimiento.
Quizás estaba naciendo, y sólo estaba poniendo marcas en aquellas situaciones que, inexorablemente, el destino la arrastraría a vivir.

Quizás no era ninguna de las dos cosas. Quizás nunca lo llegaría a saber.
Pero, en aquel momento, supo que era una señal. Y un impulso la llevó a sonreír, sin saber si era buena o mala. Aquellas sensaciones la hacían sentir arropada. Le consolaba la idea de que la estaban llevando por un camino, fuese el que fuese, y no por la cizaña y mala hierba que crece entre éstos.
Todos los caminos llevan a algún sitio. A callejones sin salida, a bellos campos de amapolas, a sótanos oscuros o a otros caminos. Sin embargo, lo importante no es a dónde llevan, sino lo que se vive mientras los recorres.

Cristales

martes, 7 de julio de 2009 a las 22:47
Siempre le acariciaba la mano. Un día tras otro. Incansable. Tierno.
Aunque ella no pudiera oírle, él le susurraba.
Pasaron meses.
Y él siguió allí, observándola al pie de su cama y esperando a que ella volviera de su viaje. Imaginando cómo podía ser todo en un futuro. Deseando que llegara el día que lo hicieran real entre los dos.


Abrió los ojos poco a poco. La luz la cegaba. La luz de su sonrisa. De su mirada. Notó como sus dedos le acariciaban el pelo. Cómo le decía algo. Dos palabras.
Lo único que podía hacer era sonreír. Había vuelto de un largo viaje y él había seguido esperándola, aunque supiera que no iba a contarle las cosas que había visto.
Se sintió feliz. Podía empezar todo de nuevo. Un nuevo viaje acompañada, con detalles que contar, con alguien que la llevara de la mano.
La enfermera apareció para recordar que se cerraba el horario de visitas, y él prometió volver al día siguiente para contarle los planes que por fin podían llevar a cabo. La besó dulcemente, cerrando los ojos, llevándola a otro lugar, tranquilo, silencioso, cálido... y se despidió, guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta.


Aquella noche ella durmió como no lo había hecho en meses. Soñó. Vio colores, escuchó melodías, risas, caminó por paisajes verdes, olió flores, se tumbó bajo el sol. Por la mañana, amaneció con una sonrisa en la boca, lista para vivir otra vez.
Lo esperaría. No le importaba que fuera impuntual, él había esperado mucho tiempo por ella. Esperaría lo que él tardara.



La noche anterior, mientras ella soñaba, él salió del hospital feliz como no había estado en meses. Se había despertado.
Caminó sonriente hacia su casa, casi trotando.
Apenas le dio tiempo a reaccionar. Cuando quiso darse cuenta, yacía en el suelo, entre cristales. Levantó la cabeza y vio sangre a su alrededor. Colores en movimiento, alarmas pitando frenéticamente. No había notado nada. No sabía qué había pasado. No sentía dolor físico.
Sólo el dolor de una certeza. Que había esperado para verla vivir, pero esa vida ya no iba a compartirla con él.
Que ya no volvería a verla.
Antes de que sus ojos miraran inertes al infinito, una lágrima rodó por su mejilla. "Espero que algún día me perdone", pensó, sintiendo su corazón latir por última vez.

Para siempre

viernes, 3 de julio de 2009 a las 13:17
Era triste.
Le rompía el corazón.
Pero más se lo rompía que todos aquellos sueños ya no fueran a cumplirse nunca.
Que ya nunca la llevaría a su habitación haciéndole seguir un camino de velitas. Ya nunca apoyaría la cabeza en su hombro frente al resplandor de la luna.
Ya nunca vería corretear niños de ojos azules que acababan de aprender de él a guiñar el ojo y montar en bici. Ya nunca les iba a elegir la ropa con esmero.
Ya nunca iban a recorrer lo que les quedaba de mundo juntos. Ya nunca iban a recorrer lo que les quedaba de noche entre sábanas.
Todo se esfumó en un instante. Un instante del presente apenas imperceptible, que dejó todo aquel futuro en un inalcanzable pasado. Para siempre. Y para nunca.

Fascinación

martes, 30 de junio de 2009 a las 5:58
Sé que no es adecuado. Probablemente, un error que me puede salir caro.
Pero he bebido. Alcohol caliente. La humedad de la playa. El yodo. La terraza. El verano. Él.
Se ha repetido la historia pero con un diferente grado de madurez. Un tono amistoso como nunca, la misma fascinación de siempre.
Por suerte, hoy me he vestido de griega. Ahora que mi autoestima esta en su cumbre, me atrevo a decir que de diosa griega. Apolínea. Exhuberante. Blanca.
Y me he atrevido. A atreverme. A dejar que se atrevan.
Me lo merezco.
Mi reflejo en el cristal me insta a acomplejarme. Pero, decididamente, se agradece de vez en cuando que haya hombres en el mundo (y eso no quita que sean todos unos cerdos, lo cual esta noche agradezco también) que se adelanten a mis reflejos.
Simplemente, se agradece que haya hombres en el mundo.
Y a la vez, lo siento como una condena.

Chonismo momentáneo.

martes, 16 de junio de 2009 a las 0:42
Hoy, ha caminado con un dolor titilante de pies tan sólo por llevar unas sandalias bonitas. Ha sentido pánico y se ha quedado en blanco ante una integral. No hubiera sido el mismo caso tratándose de un desnudo integral. O sí.
Ha atravesado el campus a pleno sol, cargada con libros y coja, mirando con recelo a la gente que bebía cerveza a la sombra en la cafetería.
El bolso le daba calor, se sentía derretir sobre el asfalto, pupilas dilatadas de la emoción, una carrera cuya meta era un autobús que poco a poco se iría llenando de sexagenarias pintarrajeadas cual Sofía Loren.
Ha llegado a casa descubriendo temerosa que le faltaba el aire, y mientras hacía malabarismos con las llaves, el bolso y los libros para abrir la puerta, ha visto a su vecino reflejado en la puerta, detrás de ella.
Él la ha adelantado, y ella no ha aceptado el reto. No se puede hablar de competitividad al borde de un síncope y ante 30 peldaños que llevan a un ascensor estropeado...
Y, al llegar a la cima, la puerta de ascensor que se había cerrado se abre, con un tesoro de vecino que acepta acompañar a la perdedora a su casa.

Después ha bajado a la biblioteca con los pantalones que usa para dormir, cubriendo un cuerpo por cuyas venas corría el café. Y así, vestida de ir por casa, acalorada, coja, cargada con libros y el pelo como si hubiera metido los dedos en un enchufe... ha captado la atención de alguien. Un joven montado en una vespino ruidosa y fea y con aspiraciones a vendedor de electrodomésticos usados en el rastro, ha posado su mirada en ella, cual mariposa posándose sobre una delicada flor. Acto seguido, ha tocado el claxon repetidas veces, mientras hacía una demostración de cuánto podía sacar los ojos de sus órbitas.
Y ella, inexplicablemente, se ha sentido bella. De su interior ha aflorado un orgullo choni del cual desconocía la existencia. Ella. Durante un minuto, ha disfrutado de su título efímero de princesa del guetto.
Luego, ha sepultado ese vergonzoso orgullo y le ha dedicado otro minuto, pero de silencio. Descanse en paz.

Relámpagos

sábado, 13 de junio de 2009 a las 1:03
Anoche soñó ser perseguida por una tormenta. La oscuridad se cernía sobre ella, el sonido de sus pasos apenas se oía, arrastrado por insensibles ráfagas de viento. A lo lejos, los demás gritaban, pero sus palabras eran imperceptibles. No escuchaba. O no quería escuchar. El más absoluto silencio que precede la tempestad era como una hoja en blanco. Sólo para ella. Sólo tenía derecho a agrupar letras y dejar correr la tinta ella misma. Nadie más.
Decenas de raíces eléctricas descendían desde las alturas en busca de su alegría, sus ganas y su ilusión. Casi podía sentir esa descarga, esa sensación de ir quedándose vacía, sin sustancia.
Pero cuando al fin iba a entregarse, despertó.

Desconocido

martes, 9 de junio de 2009 a las 21:13
Llegó pronto.
Aún así, él ya estaba allí. Se sentó. Se miraron a destiempo, cuando el otro no miraba. Como siempre. Él concentrado con sus matemáticas, ella con un libro de derecho mercantil con aspecto de biblia.
Vivía cerca de su casa, pero no sabía exactamente dónde. Una vez lo vio desde el balcón cruzar la calle, con su típico polo de Fred Perrys, su aire ensimismado y el pelo alborotado.
No sabía absolutamente nada de él, salvo que llevaba una pulserita roñosa del FIB de color verde. Y, sin embargo, era un desconocido de fiar.
Una vez, ella le dijo que bajara la música. No sabía por qué, pero tenía la corazonada de que le gustaban The Strokes. Otra vez, él se sentó en su mesa y le dijo si otro chico ocupaba ese sitio.
Qué le iba a contar ella de personas que ocupan el lugar de otras...

Faltaban días para los exámenes, se respiraba tensión en el ambiente. Pese a todo, él seguía impasible, metódico, relajado. Eso la tranquilizaba. Hacía su pausa de siempre y bajaba a merendar, o a fumarse un cigarrillo. Como ella nunca bajaba, no lo había comprobado. Aquel era un buen momento para hacerlo.
Cinco minutos después de que su asiento quedara vacío frente a ella, cogió el móvil y bajó. Las escaleras de metal crujían ásperamente bajo su peso. Incertidumbre. Pero no la amedrentó aquel camino hacia lo desconocido... porque no podía perder nada.
Salió y él estaba sentado junto a un pilar, tocándose la frente.
Le sonrió. ¿Y ahora qué? No fumaba, así que no podía pedirle un cigarro y entablar conversación, y tampoco estaba merendando, así que... no, no le iba a pedir comida aunque tuviese.
Echó un vistazo alrededor. Y mientras decidía si acercarse o alejarse, el chico retro intervino, por fin.
- ¿Cómo lo llevas?

Con aquella frase comenzaron casi todas las conversaciones siguientes.
Es curioso cómo a veces resulta más fácil hablar con un desconocido que con alguien que te conoce.
Pero algún día, por suerte o por desgracia, los desconocidos dejan de serlo.

Sábanas

domingo, 7 de junio de 2009 a las 3:05
Anoche estuvo pasando páginas. Páginas escritas desde la tristeza, la ilusión, la curiosidad, la decepción, la confusión... antes de cerrar por fin la libreta, leyó una última frase escrita hace unos años. "El amor y el tiempo son cosas que nunca sobran".
Se durmió tarde.

Tímidos haces de luz que se colaban entre las cortinas la despertaron con pereza la mañana siguiente. Silencio. "El amor y el tiempo son cosas que nunca sobran". Aquella mañana no había sonado el despertador. Por fin... pensaba que nunca llegaría el día en que sus sueños no se vieran interrumpidos por los pitidos de la responsabilidad.
Se giró bajo las sábanas, y él volvió a dejar descansar su brazo sobre su cintura. Sus ojos seguían cerrados, dormía con tranquilidad.

Y entonces se dio cuenta de que ya era hora de pasar página y no volver a mirarla.
Aquella mañana y en aquella habitación, había amor y tiempo de sobra para escribir de nuevo.

Grava

jueves, 4 de junio de 2009 a las 23:36
Aquellos columpios. Tardes de vueltas, saltos, sonrisas, tierra, piedras. Toboganes por los que la vida se desliza. Un parón en seco, una montaña de cuerpos.
Y vuelta a empezar.
Sin recuerdos. Sin memoria. Una amnesia caprichosa que sólo otorga la sensación de haberos visto alguna vez. Vuestras miradas me son familiares. Miradas ahora diferentes, duras, melancólicas, felices, indiferentes, convencidas, miradas sinceras. Almas reflejadas en espejos brillantes y limpios que ahora están rotos y sucios. Pisoteados. Resquicios de cristal. Años de suerte. Ni mala ni buena. Azar.
Esos ojos que una vez recorrieron el mismo camino que el mío durante tardes interminables, esos ojos que prometían amistades infinitas, que me enseñaron el significado de la palabra siempre. Siempre... y para siempre.
Pero nunca he entendido para qué sirve realmente esa palabra. Siempre no existe. Siempre se acaba. Siempre.

La grava cruje cuando la piso. Los árboles han crecido y dan una sombra fresca. Nosotros hemos crecido y sólo somos sombras de lo que fuimos. Ya no recuerdo ni siquiera de quiénes hablo. Pero todos esos niños me son familiares... todos esos niños que se tiran por el tobogán y hacen un tapón.
Cuerpos amontonados.

En todas las ciudades hay cementerios.

Atentado contra la poesía

lunes, 1 de junio de 2009 a las 21:27
Y así camina, muerta en vida, chutándose café en cada esquina... de la casa.
Es una zombi ávida de páginas, láminas, exámenes,
textos que no deben olvidársele.
No se fía de los poetas
pero cualquier cosa es mejor
que estar cara a la libreta,
abandonar certezas,
beber cerveza,
perder la cabeza...

Pero sólo un rato.
Gato, ato, ato.
miércoles, 27 de mayo de 2009 a las 0:08
Cierra el periódico y lo deja en un banco. Ante ella, un pequeño jardín cuidado crece lentamente, esforzándose para alcanzar el sol. "Suerte que las plantas no piensan. Pobres ilusas... si supieran que las van a podar mañana no se molestarían en crecer".
El periódico no contenía nada interesante. Lo de siempre. Noticias buenas y malas, ofertas de empleo. Ella era idónea para algunos de esos empleos.
Pero allí llegaba la tarea que mejor remuneración le ofrecía. La más tentadora.
Una tarea de pelo zanahoria y aire de rockero aislado del mundo terrenal. De los genuinos, no de los que buscan cómo es un rockero aislado del mundo terrenal en las revistas. Pelo-zanahoria se quita los cascos y vuelve a la Tierra.
- ¿Qué escuchas, Marcos?
- Ah, un disco que me pasó el otro día Alex, de un grupo noruego que... -lo que le dice le entra por un oído y le sale por el otro. Escucharlo hablar de lo que le gusta es como mirar un escaparate. Es entretenido, ve emoción, alegría, ganas... y cuando acaba, pasa a otra cosa. - ... un sonido acústico genial, si quieres te lo dejo.
Dicho y hecho, le sonríe y cambia de tema.
- ¿Esta noche haces algo?
- Supongo que saldré con los del grupo a cervecear un poco...
- Qué raro -comenta sin mucho interés, contando los árboles que hay plantados enfrente.
- No sé... ¿tú tienes plan?
La pregunta la sobresalta. Ella no tiene que dar información.
- Pues... no - "¿a dónde me está mirando?", frunce el ceño.
Marcos se revuelve un poco el pelo, dubitativo.
- Bueno, si te apetece puedes venir con nosotros -dice mirándola a los ojos esta vez, y apoyando un brazo en el respaldo del banco.

Ella no contesta de inmediato. "¿Se ha puesto nervioso o es cosa mía?". Tiene que salir del paso como sea e ir a casa.
- Ya te llamo luego si eso, que tengo que hacer unas cuantas... gestiones -y sonriendo, se levanta.

Se despiden con dos besos y ella se va alejando hacia su casa. "No está mal...". Antes de salir del parque, recuerda que se ha dejado el periódico y se da la vuelta impulsivamente. Y sus ojos se cruzan en una décima de segundo. Él seguía allí sentado, con los ojos fijos en un punto: ella. Le hubiera parecido normal en él, si no fuera porque no llevaba los cascos puestos, es decir, que estaba en pleno mundo terrenal. Y ese pleno mundo terrenal era ella de espaldas. Sonríe para sus adentros y desaparece de su vista.

Al llegar, se conecta, pero Carol no está. Piensa lo que le va a contar. "Marcos está en la parra, pero cuando se quita los cascos es bastante simpático. De hecho es agradable... me ha dicho que si salgo esta noche con sus amigos, en realidad no está mal. Aprobado. Además esos pantalones le hacen un..." NO. Eso es demasiado subjetivo. De hecho, Carol necesita objetividad... si quería una descripción subjetiva debería haber quedado ella con él.
Ocupa el resto de la tarde adelantando trabajo, más tarde cena, y después va a su habitación a ponerse el pijama y escribirle el e-mail a Carol.

En ese mismo momento, un mensaje al móvil. Es de Marcos. Antes de abrirlo ya está sonriendo. Dice que está con sus amigos en la Bierwinkel y que va a volver a casa porque se han emborrachado la mayoría. "Y tú por qué no?", le envía. "No me apetecía, quería estar bien esta noche. ¿Has salido?". Ella, resuelta, le miente: "Sí, claro. Pero se han ido a una discoteca y yo necesitaba algo más tranquilo. Estoy volviendo a casa.". Un silencio de cinco minutos. "¿Te apetece dar una vuelta antes de dormir? Voy a pasar por tu puerta en un rato. No te aseguro tranquilidad, pero puedo intentarlo...". ¡Se ha atrevido! "Ok. Hazme una perdida cuando estés abajo"

Al cabo de un rato, sale de su casa. Pelo suelto, vaqueros y una camiseta bonita, y recibe la noche con una sonrisa pensativa. Atrás ha dejado su ordenador, encendido. En la carpeta de enviados, un correo a Carol: "He estado con él. Calificación: 4. Está en la parra y es un salido... Una pena"

Perlas

viernes, 22 de mayo de 2009 a las 0:53
Decenas de perlas de luz sucumben a la gravedad. Majestuosas. Elegantes, todas a la vez pero cada una por sí misma, chocan inevitable y estrepitosamente contra el suelo. Toman direcciones diferentes, dibujan miles de ángulos a mi alrededor, ruedan. Brillan. Gastan sus últimas energías en una competición absurda por llegar más lejos que las demás. Pero finalmente, todas y cada una de ellas se quedan quietas, inertes, cansadas de todo lo que han vivido juntas.

Todos los rincones de mi habitación se han convertido en tumbas improvisadas. Aquella pulsera me gustaba mucho. Me gustaba. Ya no es. Podría recogerlas, una a una, y pasarlas por un hilo nuevo. Pero ya nunca será la pulsera.
Podría regalarme otra, pero no será tampoco aquella pulsera.
Me siento en la cama, rodeada de recuerdos rotos. Estaba escuchando Lamb. También fue un regalo. También se rompió, incluso antes de recibirlo. Era un presagio.
La habitación verde nunca me ha parecido tan ausente de esperanza. Ya no puedo cerrar puertas y ventanas y escapar.

Y, dándome cuenta de todo lo que se ha roto, rompo a llorar. Pequeñas gotitas saladas. Impasibles. Despiadadas. Ellas también corren en una competición absurda por mi cara, pero nunca acabarán en un rincón, nunca se quedarán quietas.
Seguirán corriendo aunque no las vea nadie, atacándome con la excusa de que hay que limpiar los ojos. Aunque yo no se lo permita, seguirán dentro. A veces las oigo formar olas dentro de mi cabeza. Son crueles.
Y, mientras miro el techo, una ola me alcanza de imprevisto y me empuja contra las rocas.
Yo también me rompo.

Simplicidad

domingo, 17 de mayo de 2009 a las 20:08
Observo cómo se va alejando. El punto de fuga de este cuadro es como un diminuto agujero negro que lo va absorbiendo todo, incluído él. Desaparece tras una esquina, finalmente.
Allí me quedo yo, quieta, con los ojos fijos en algún portal. Ajena a lo que veo, atenta a lo que pienso. Entre mis manos, un papel que envejece conforme lo aprieto, formando mil arrugas prematuras que ayer no lucía. Inexpresiva, lo miro: un caos de buenas intenciones, un caos de sentimientos que intenté poner en orden para él, una tarde en la que dejé fluir mis deseos a través de la tinta. Tiempo que quise regalarle, pero que he perdido.
No me siento frustrada, tan sólo abatida, desganada. Ha sido mi decisión. "Mejor perder una tarde que un año, querido amor platónico", pienso.
- ¡Qué guapa te has puesto hoy!
- Voy igual que siempre... - y, volviendo a la realidad, esbozo una calculada y tímida sonrisa - eres tú, que me miras con buenos ojos.
Lo abrazo.
- Mira que eres tonta... aunque para mí siempre estarás guapa - dice, acariciándome el pelo y suspirando con disimulo. Me envuelve con sus brazos y no le veo la cara, pero sé que estará cerrando los ojos... qué tierno.

Es lo justo. "A una persona complicada como yo, le conviene la simplicidad de alguien como éste", me reafirmo, guardándome el papel arrugado en un bolsillo.




"A veces hay que conformarse...", piensa él con una sonrisa amarga y cansado de negativas constantes, la última de ellas una hora antes, en un mensaje de texto que se ocupó de borrar cuidadosamente.

Crustáceo

miércoles, 13 de mayo de 2009 a las 18:08
He intentado escribir, porque un layout nuevo se lo merece.
Pero sólo se me ocurría lo que hay, la primavera, los pajaritos, el sol, imaginarme (censurado). No tiene nada de malo, las clases de matemáticas se me hacen muy amenas, pero no me apetece.
Luego lo he intentado con el método antiguo, ir al diccionario y buscar tres palabras. Y me han salido: cabalgar, paja y crustáceo.
Yo no tengo la culpa. Es ajeno a mi voluntad. Es la primavera... si al final tendrán razón: el sexo mueve el mundo (y seguro que gracias al haber incluído esa palabra en este texto, doblo las pocas visitas que puedo tener al publicar una entrada normal).

¡Feliz primavera!

Miradas

martes, 12 de mayo de 2009 a las 0:30
Me mira. Salgo de la ducha, y al abrirme paso entre sutiles bailarinas de vapor, me veo reflejada. Me reflejo en ese espejo que me conoce mejor que nadie. Me reflejo en esas palabras que has dibujado con tus dedos mientras yo no miraba.

Me mira aunque no esté ahí. Desde el techo, ese que nos ha visto caer rendidos tantas noches, ese que ha oído la dulzura con la que arremetíamos el uno contra el otro en una carrera sin ganador ni perdedor.

Me mira desde ese ángulo que siempre escondo en las fotos, el que sabe que no me gusta. A sus ojos no puedo esconder nada, siento vergüenza, me sonrojo, a veces me humilla su vista clavada en mis puntos más débiles. Me atraviesa sin piedad. Lo acepto, me tendré que acostumbrar.

Sé que no se va a ir. Que me perseguirá, se convertirá en mi sombra. Esperará a que se haga de noche y esté sola para mezclarse entre la oscuridad y rodearme, abrazarme, susurrarme todas esas cosas que no quiero escuchar. Me apretará tanto que sentiré el calor de la sangre que corre por nuestras venas, los latigazos que me da con cada pálpito.

Yo puedo verlo. No lo elegí. Mucha gente quisiera, pero no tienen ni idea de lo que es verle la cara. Su cara es indescriptible. En ella veo todo lo que he hecho mal a lo largo de este tiempo, nunca me regalará una sonrisa, y sabe que lo entiendo. Sus ojos vidriosos y cansados, de tantas lágrimas y noches en vela; sus labios cortados de los nervios y el autocontrol; su piel apagada y fría... como el fuego de una esperanza cuando se extingue.

Ha venido, como suele hacer todas las noches. El fantasma de mis errores.

Derechos

domingo, 19 de abril de 2009 a las 21:26
Existe el derecho a la expresión. En teoría.
En la práctica, este derecho a expresar nuestras opiniones personales, sentimientos, ideas… se ve ultrajado por la presión y convenciones sociales. Realmente… mantener las relaciones sociales debería ser una elección propia, no una obligación, y muchas veces las personas acaban siendo esclavas de estos lazos invisibles que unen a los seres humanos. Obedecen automáticamente las normas, se tapan la boca para no quedar mal, cierran sus ojos y dibujan la sonrisa de la hipocresía ante las faltas ajenas o incluso propias. ¿Miedo, timidez? No, es una forma de vida. Por suerte, siempre quedará el derecho de pensamiento.
…¿no?

Inspiración

martes, 24 de marzo de 2009 a las 1:05
Trigo. Silencio.
No necesito más.
Me tiemblan las manos. La voz se quiebra antes de que mis palabras vuelen y se deslicen entre las ramitas doradas.
Pero no importa, porque nadie me escucha. Podría gritar, pero nadie acudiría. Podría volverme loca, nadie vendría a retenerme.
La indiferencia es el arma más dura. Y ahora, inspiración perdida, abandonada, comprendo que me quieras tratar así. Me lo merezco.
No se puede guardar eternamente la energía. Debe fluir, bailar, conocer mundo. Por mucho que esa energía aparezca en los momentos menos oportunos, debe ser liberada.
Lo siento, aunque sé que no te importará. Que vendrás como todas las noches a mi habitación, a la oscuridad de mi subconsciente, a abrirme los ojos y dejarme horas mirando al techo, a susurrarme preguntas al oído que no puedo responder.
Eres dura.
Pero eso me gusta.
Porque me demuestra que yo te creé.

frío

domingo, 8 de febrero de 2009 a las 1:37
Miro por la ventana y pronto el vaho me empaña la visión, se empaña el cristal y se me empañan los ojos. Hace frío, haga sol o llueva, esté sola o acompañada. Hace frío fuera, dentro. Tengo frío y nada me lo quita. Siempre espero que algo, alguien, me lo quite, pero nunca llega. Me he propuesto dejar de esperar muchas veces, buscar unos brazos que me den el calor que necesito, pero el frío me cala los huesos y ya no tendría fuerzas para buscar.
La última vez que sentí calor ya está lejos. En el tiempo y en el espacio, las distancias crecen a un ritmo vertiginoso. Nadie ha vuelto a abrazarme como entonces, y no creo que nadie lo vuelva a hacer, el calor es una energía que se acaba apagando si no se aviva, si nadie me frota la espalda y suma su calor al mío. Como el fuego, como la luna, que si no crecen, menguan, se van haciendo pequeños y al final desaparecen de tu vista.

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