Carretera y speed

martes, 31 de julio de 2012 a las 2:54

Sus brazos en el retrovisor. El aire silvaba en mis entrañas y el asfalto brillaba como la luna. Semáforo en rojo, uno tras otro, pero disfrutaba tanto... Give it a ride. En el fondo, siempre me han gustado los chicos malos. Se saben los caminos más interesantes, rozando peligrosamente cada curva. Y yo no soy un ángel del infierno, pero tampoco un ángel del cielo.

poesía

martes, 24 de julio de 2012 a las 0:56
Jamás le había gustado la poesía.
No la entendía.
No era lo suyo.

Pero devoró con avidez aquellos versos
de la Vulture,
igual que ahora devoraba los de un Wordpress.

Y a cada párrafo deseaba.
Llevaba mucho tiempo encendida.
Esperando una casualidad.
Pero se cruzó la física
también, aquella noche.

La espiral parecía interminable,
protectora como un guante
suave, cosido a mano en París.
O en Bélgica.

Y le daba pena,
mucha pena.
Desdibujar sus curvas.
Guiando irreversiblemente al olvido
hasta el centro de Holanda.

underwear

a las 0:37
Apenas la conocía, pero aquella ucraniana de ojos azules de la habitación de al lado ejercía su poder de atracción incluso con ella, que era heterosexual. Recordó como comentaba con picardía que aquella noche había dormido con otra compañera para no estar sola. Y, en medio de una conversación, su llegada y su suspiro, con cara soñadora y cargada de bolsas, mientras decía: I love my new underwear.

En aquel momento era un polluelo que apenas conocía a aquellos seres de Marte. Ella, pese a ser menor, ya los conocía, digamos, a fondo. Pero sin resultar para nada vulgar. Aún le faltaban unos años para ser mayor de edad y sin embargo era una mujer, independiente y fuerte.

Años después, tras avanzar a su lento ritmo, la comprendió. Llegaba a casa con ropa interior nueva, colorida, sexy. Se sentía bien, se gustaba frente al espejo. El deseo era palpable, una consecuencia de su renovada seguridad en sí misma. Pero no tenía a nadie con quien compartirla. Y entonces, además, la admiró.

trozo de pan

lunes, 23 de julio de 2012 a las 3:44
Mientras rastreaba la nevera en busca de un poco de chocolate con el que relegar sus penas al fondo del estómago, recordó que julio ya casi se había consumido en el calendario. Ni siquiera se había acordado de que hacía un año conoció a un buen chico, probablemente el chico más bueno con el que se había cruzado. Es más, hacía un año ese trozo de pan le había reblandecido el corazón y le había insuflado esperanzas sobre el futuro de una relación a distancia, que en algún momento de su pasado había perdido total y absolutamente su credibilidad. En aquel momento, hace un año, estaba sentada en la misma silla de playa en el balcón y sonriendo mientras hablaba durante una hora por teléfono. Estrenaba su nuevo cuerpo, que todavía sufriría más cambios, resultado de alimentarse básicamente de sopa durante dos semanas y del estrés post-traumático de cortar una relación de tres años en la que había buceado tanto tiempo y tan hondo que casi no le llegaba el oxígeno.

Pocos meses después volvió a ser la de siempre y lo abandonó. No era capaz de sentir el mismo dolor que sentía él, pero sí le dolió haber convertido un trozo de pan en un simple pañuelo con el que secar sus lágrimas, y solo sus lágrimas. Fue un acto egoísta. Y durante un año le seguiría la más absoluta y desesperada libertad, un volar de flor en flor con el objetivo único de probar la miel, caprichos dulces.

Y ahora, el karma le había devuelto la jugada. Mientras escuchaba los crujientes cereales con chocolate disolviéndose en pequeñas corrientes de serotonina, entendió los significados de la conveniencia, la apetencia, el deseo y la soledad. Estaba cansada de jugar, pero la competición de su vida estaba por llegar, y le quedaba poco más de un mes para comprobarlo.

taxistas

domingo, 22 de julio de 2012 a las 19:26
Los últimos cuatro meses habían corrido como corrían las calles vacías y amarillentas cada noche a través de la ventanilla de un taxi. Había conocido a todo tipo de taxistas: silenciosos, habladores, cansados... Pero los últimos tres habían sido metáforas personificadas, señales de tráfico que indicaban el fin del trayecto.

El antepenúltimo era charlatán, hacía gala de un sentido del humor cotidiano, acostumbrado a los pequeños detalles que hacen diferente un día de otro. Ni se percató del detalle que hacía diferente la noche de sus pasajeros del asiento trasero: unas caricias titubeantes en las manos, algunas miradas de reojo. Era un principio alentador. Solo dos personas, una noche por delante y las ganas acumuladas en el contador de kilómetros.

El penúltimo era uno de esos mañaneros que, a pesar de tener pareja, miraba con los ojos a punto de salírsele de las cuencas a una chica que volvía a casa una vez amanecido el día. Su voz sonaba ávida de cosas que, al parecer no tenía en ese momento. Ella tampoco podía tener lo que quería: un despertar tranquilo en brazos de alguien que le hiciera el desayuno después de, quizás, una noche de rutina sexual. Al menos había disfrutado de algunos abrazos y un sexo nada rutinario, ya sin caricias titubeantes en las manos ni miradas de reojo.

El último era un taxista de madrugada. Casi ni reparó en aquella chica que había salido hecha una barbie de casa y ahora parecía una barbarie. La sonrisa y el poco maquillaje que habían arrancado piropos de varios hombres aquella tarde habían quedado arrasados por las lágrimas. Ironías de la vida, sonaba My Friend, de Groove Armada. Nunca antes había creído que la vida real tuviera banda sonora, como en las películas. Pero así era, y sonaba en el momento justo. Amigos. Armada hasta los dientes.

siempre duele

a las 3:41
Siempre duele. Aunque el detalle sea nimio, una peca en un nuevo lugar. Ese momento en el que algo ha cambiado y tú te has dado cuenta más tarde. Como si hubieran cambiado de sitio la puerta de casa. Es la misma, pero diferente. Ahora se entra por otro sitio, no sabes por dónde, y te has quedado fuera. Y el frío, o el calor, duelen. La intemperie duele. Especialmente, los sentimientos a la intemperie. Duelen, sean cuales sean, como una barra incandescente marcándote la piel o un trozo de hielo dejándote sin sentido del tacto. Duele, siempre.

Solo queda aguantar estoicamente, seleccionar los recuerdos que se quedan y los que se van a la basura. Pero, te quedes el que te quedes, nunca volverá. Ya no existe ese momento, ni ese lugar, ni esa persona. Solo existen en tu memoria. Al principio, las lágrimas mantienen limpio el escaparate a través del que ves esas imágenes. El cristal es transparente, fino, tanto que si te apoyas en él corres el riesgo de romperlo, caerte encima y clavarte los trozos. Con suerte, las lágrimas duran poco y el escaparate va acumulando polvo. La luz ya no entra allí y los recuerdos quedan relegados a la oscuridad. Quizás con alcohol puedas desempañar un poco los cristales y, en momentos de lucidez ebria, atisbar lo que queda de todo aquello.

Duele pensar todo eso y duele ahora mismo. Siempre duele.

acontecimientos

jueves, 19 de julio de 2012 a las 19:49
No quería adelantar acontecimientos. Nada de expectativas. Ni buenas ni malas. Ahora. Aquí.

novela

domingo, 15 de julio de 2012 a las 19:45
El viejo que fumaba puros en el balcón no sobrevivió al invierno. En su lugar, había otro viejo. Pero no era el que fumaba puros. Ya no tendría que pasar la vista con recelo por las ventanas de enfrente por si lo descubría, involuntariamente, despelotado frente a su televisor. Y aún así, sintió una especie de tristeza, una melancolía agudizada por súbitas brisas frías que convertían el invernadero en un remanso otoñal en medio del oasis estival y apabullante que asolaba la costa mediterránea.

Pero volvió la vista a su libro y pronto olvidó al viejo, a su carne flácida en la oscuridad y a sus eternos puros. Los escalofríos pasaron a agudizar la tensión del final de la novela.

Desidia

miércoles, 11 de julio de 2012 a las 0:39

Tinta china se diluye en mi día. Apatía, dientes que rechinan. Sobre la mesa, fantasías. Mis cartas bocarriba, tu farol, mi delicia. Soledad y desidia. Mi cama convertida en isla. Inalcanzable, perdida. La tentación siempre me encuentra ebria. Imagino caricias y la piel se me eriza. Desasosiego y paciencia. Mañana muevo ficha.

todo o nada

viernes, 6 de julio de 2012 a las 0:52
Le gustaba pensar que tendía al equilibrio, pero era una desequilibrada.
No le gustaban los extremos, pero al final siempre jugaba a todo o nada.
Blanco y negro, dos pequeñas telas sobre la arena mojada.
De agua fría la jarra, de fresa la mermelada.
Y entre ceja y ceja, cuatro ideas incrustadas.
No te resistas, niña imantada.
Acabarás cayendo como cae la nevada.
Implacable, blanca, helada.
Gélido el corazón, caliente la mirada.
Y vuelta a empezar.
Hasta cantar victoria.
Enemigo hundido.
Partida ganada.

Morriña

martes, 3 de julio de 2012 a las 3:00

El camino que llevaba a tu casa era alegría. Me pregunto si alguna vez volveré a pasar por allí. Morriña. Por suerte, me voy de aquí pronto. Y cada día pienso en ti un poco menos. Un lugar sin noticias cae en el olvido. Deshabitado. Silencioso. No me lo habría imaginado así, pero es una de las cosas que he aprendido: hay que dejar que las cosas fluyan. Se me hace dificil no llamar la atención. Pero mi imaginación vuelve a florecer. Cuando cierras la puerta, el oxígeno entra por la ventana. Ahora tengo una cosa más en común con la Watling: me encanta su marido. Creo que he visto una luz al otro lado del río...

Cuidate

lunes, 2 de julio de 2012 a las 2:09
Maullidos, películas buenas, psicoanálisis. Eutopías, voll dam, un cigarro al caer el sol. Coque Malla, conversaciones de madrugada, risas y lágrimas. Visitas, besos y cosquillas entre pelos de gato. La pequeña ventana, el camino al taxi, París en el horizonte. Cositas en los dientes, judío de campo de concentración, cargador de móvil. Sosaina, puñetitas, dame un beso. Canción de amor y de muerte. Cuidate... Y no pierdas el tiempo.

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