Verde

domingo, 24 de enero de 2010 a las 23:45
-Pero... ¿tú me quieres?

Ella le soltó la mano.

-Mírame a la cara. ¿Ves esta sonrisa? ¿Ves estos ojos? ¿Qué te dicen?
Yo no me veo, pero siento que mi sonrisa tiene vida propia, que mis labios tiemblan cuando te acercas a los míos. Mis ojos parece que se abran más, como si viera el mundo desde otra perspectiva, como si no quisiera perderme ningún detalle, apreciar todos los ángulos de esta habitación en la que estamos. Siento que hay más luz que nunca.
Los hombros no me pesan, y cuando tengo un rato libre, en vez de poner la tele y olvidar lo que estaba haciendo, pongo la tele y suspiro al imaginarme que podrías estar sentado conmigo, acariciándome el pelo. Unas veces terminamos sin ropa en el sofá, otras me duermo en tu regazo. La tele sigue encendida y tus piernas me dan calor, y tú estás en silencio para que no me despierte. Tengo los ojos cerrados, pero mi mirada sonríe, igual que la tuya.
Cuando me levanto el sábado por la mañana temprano, contemplo los árboles del balcón, y el sol tiñe sus rayos de verde al atravesar las hojas. Mi mente vuela contigo, y siento que estoy tumbada en la hierba junto a ti en algún lugar tranquilo, mirando el cielo azul desde la sombra que nos dan los árboles. No hay nadie alrededor, solo tú, yo y la naturaleza. Me acurruco y miro tu ojo, que me mira. Y sonrío a tu sonrisa que me sonríe. Tu pelo es suave, y tu piel reluce.

Él volvió a cogerle la mano.


- A veces, simplemente me recreo en la imagen de nosotros así, cerca, en nuestra burbuja. Y en lo mucho que me gusta que tu piel toque la mía. Que mis dedos se entrelacen con los tuyos. Me encantaría que el tiempo se detuviera cuando me coges de la mano y me miras como sólo tú lo haces. Ese segundo en el que me doy cuenta de lo feliz que soy...

- ¿Así?

Y, sin soltarle la mano, la miró a los ojos.

-Así.
domingo, 3 de enero de 2010 a las 20:28
Se relamía distraída mientras miraba por la ventana. La nata sabía mucho más dulce cada vez que sus ojos se iban tras algún chico que pasaba, sin saber que estaba siendo observado. Enfrente había una cafetería, y cuando ella se sentó en su sillón, reparó en dos señoras que charlaban animadamente al otro lado, ajenas a lo que ocurría alrededor. El cristal de aquella cafetería hacía las veces de burbuja en la que se aislaban, no una ni dos tardes a la semana, sino probablemente más. Su vida ya había llegado al clímax, y no tenían cosas interesantes en que invertir su tiempo. O quizás es que su físico ya no les permitía realizar las cosas interesantes que hubieran deseado.
Sea como fuere, allí se sentaban las señoras. Piernas cruzadas, café, pulseras de oro y peinados de peluquería de esos que se mantienen desde las 9 de la mañana. En cambio, ella estaba sola. Sorbía la pajita en silencio, conversando con ella misma. No creía que los diálogos de aquellas mujeres fueran más interesantes que los suyos propios.

Encima de la mesa tenía una libreta en blanco. Hace tiempo, el papel en blanco le habría parecido un manjar. Una deliciosa libreta de nata sobre la que se hubiera abalanzado, que hubiera devorado con avidez. Por su imaginación correteaban imágenes, sonidos y letras, que ella dibujaba con el boli respetando los márgenes y las reglas de ortografía.
Sin embargo, esa hoja en blanco era difícil. No le daba ganas de comer. Tenía tema libre para rellenarla, ni siquiera se le exigía respeto por nada, podría escribir de izquierda a derecha o en apaisado, si le apetecía. Era completamente libre para hacerlo como quisiera. Y eso la bloqueaba.
No tenía por dónde coger la hoja, por dónde empezarla. Así que la arrancó, la hizo una bola y la dejó encima de la mesa.

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