martes, 15 de diciembre de 2015 a las 23:56
¿Acabamos todos repudiando lo que alguna vez hemos amado, o es que estoy llenando de historias tristes esa vida interminable que transcurre entre el final feliz y el epílogo?
a las 19:44
La memoria me impide volver a ser yo misma. Soy una víctima de mi propio olvido. El atardecer se me escapa y siento haber vivido la misma sensación un millón de veces. Otro día más, y sin darme cuenta ha pasado una semana, un mes, cinco meses. Y no recuerdo qué he hecho, nada importante. Tal vez sea porque esta vida pasa sin pena ni gloria. O porque nací para ser vieja y lamentarme de una vacía juventud. O tal vez yo no vaya a ser vieja nunca. Igual que nunca he sido joven.
lunes, 14 de diciembre de 2015 a las 1:32
Y de repente tienes 25 años, y es la edad a la que se casaron nuestros padres, y tú no tienes nada claro en la vida, solo los errores que has cometido y que te pesan en tus todavía jóvenes hombros. Y de hecho te sientes joven, aunque para los demás ya no lo seas. Tú, que eres una mujer desde los 10 años pero todavía sigues siendo una niña. Una niña que vive con sus padres, que sueña con una casa con chimenea, como las de los dibujos, y un gato y un trabajo imposible, no el de astronauta, pero casi. Te das cuenta de todo esto, y hay días en los que sientes miedo al girarte y mirar atrás, porque no ves el tipo de experiencias que ya no puedes recuperar. ¿Has perdido los mejores años de tu vida? No lo sabes. ¿Cómo lo ibas a saber? Tú los has vivido como cualquier otra. No hay dos vidas iguales, ni dos historias iguales, ni dos mujeres iguales. Quizás sigas soñando con ese viaje de amigas a Ibiza mientras otras lo hicieron a los 18, o sueñes con una mochila y el camino de Santiago. Pero todo eso ya no será, y quizás no era el momento entonces. Tu camino fue otro, eras joven, y ahora estás más curtida en asuntos que a otros les golpearán más tarde. Todos cometemos errores. Y todos acabamos aprendiendo y dejándolos ir. Tú estabas viajando a Suecia, a Holanda, a Dinamarca. Tú hacías todo eso y en tu cama siempre había alguien esperándote o deseando esperarte. Probablemente ese era el sueño de otras. Y ahora te toca a ti ahora cumplir tus sueños de antaño. Dicen que ya no eres joven,  eso lo decidirás tú. También dicen que los 30 son los nuevos 20, y por suerte te quedan unos años. La vida empieza cuando tú des un paso adelante.
martes, 1 de diciembre de 2015 a las 20:04
Los cansados pasillos del hospital veían arrastrar los pies cada día a decenas de enfermos. Allí empezaba y acababa la vida para algunos, para otros simplemente transcurría vestida de blanco.
a las 20:02
Un desayuno de hojaldre y ricotta que me hace estallar de placer en Roma. El atardecer rosado que se reflejaba en mi retrovisor al volver a casa por la I-95. El humo que sigue a la velocidad de un disparo en un rancho en Miami. La brillante luna flotando sobre la oscuridad en Biscayne Bay. Un escáner óptico de las perfectas Sofía y Reese a esta plebeya periodista.
sábado, 14 de noviembre de 2015 a las 21:28
Qué paradójico que algunos individuos decidan matar en nombre de su Dios, el mismo dios al que atribuyen la creación de la especie humana y del mundo. Matan en nombre del que crea para recibir una supuesta recompensa, paraísos y vírgenes, mientras destrozan otro paraíso que se les regaló al nacer. Someten con violencia tanto a ellas, las que paren, madres, hermanas e hijas -las mismas que les esperan allá arriba- como a ellos, sus hermanos. Cómo pueden pretender respetar o amar a un Dios si sienten un desprecio absoluto por la vida.

contaminación acústica

lunes, 9 de noviembre de 2015 a las 10:26
sueño con alguien que se mete en los cuerpos de otras personas y las mata. yo no soy yo, llevo una bata blanca y voy corriendo, corriendo, a una velocidad a la que no sería capaz en la vida real, buscando el coche que no tengo. temo que me encuentre allí y salto a los matorrales que hay detrás, en una explanada en pendiente. me tumbo y espero, cruzando los dedos para que el enemigo no ocupe el cuerpo de un animal con instintos que puedan hallarme más allá de la vista. me hago pequeño en mi escondrijo.

abro los ojos. oigo ruidos. un ruido permanente, como un zumbido, como un gruñido interminable de león. arriba, una mujer y un niño chillan mientras se les cae la baba por diferentes razones. miro el móvil antes de salir de la cama. leo un artículo. salgo al balcón, hace sol. hay dos camiones de reparto de cerveza parados en una curva, con las luces de emergencia y los motores en marcha. enfrente de mi casa, un autobús de donar sangre vibra en toda la calle, en el suelo, en el aire, en mi cabeza. hay que mantener en marcha los motores, de la vida y del vehículo. done sangre.

vuelvo adentro de casa. cuanto más me alejo del mundo, menos ruido. y voy perdiendo las ganas de asomarme de nuevo al balcón...
lunes, 19 de octubre de 2015 a las 19:21
Se dejaba las cosas a medias. Un día iba a escribir una novela, otro conocía al amor verdadero, al siguiente encontraba la carrera perfecta... Pero nunca acababa lo que empezaba. Hasta que un día, sin más, se dejó la vida a medias.
sábado, 17 de octubre de 2015 a las 20:09
la irreversibilidad está escrita en un cartel de "se alquila" colgando del bar donde nos conocimos. ya es imposible volver atrás, la posibilidad de acudir ignorantes a un antro y encontrarnos en la barra para acabar perdidos en el baño. ya no me podré apoyar en aquella columna donde el calor de dos cuerpos marcó nuestros nombres. ni pasear por el cementerio de esperanzas rotas en que lo convertí después de ti. se acabó. ya no es un standby, es un apagón definitivo.
viernes, 16 de octubre de 2015 a las 23:40
a veces lo descubro en la mirada cruda de otras personas, en el hambre doloroso de unos ojos verdes que no encuentran paliativos cuando se fijan en los míos. me imagino que es él, en otro cuerpo y con otro nombre, en otro momento y otro lugar, y pienso que podríamos reescribir la misma historia, pero distinta.

ahora yo tengo la edad que él tenía cuando nos conocimos, cuando nos conocíamos, cuando me llevó al amanecer a su cueva, a hacer jirones mi alma y a alimentarse de la juventud que yo exhalaba en cada gemido y a él se le escapaba como un espejismo al encontrarse con cada culo de vaso.

cuando la mirada esquiva del chico del autobús pasa por mi rostro anónimo, una realidad paralela se despliega. él se acerca a mí y me coge de las dos manos, implorante, como aquellas noches en las que me pedía que me quedara a dormir después de ver una película.

sus labios maltrechos de tanto humo y tantos besos me miraban serios, me echaban para atrás y me atraían irremediablemente, mientras que la verde esperanza de sus ojos me atravesaba el corazón con esa tristeza de quien empezó el libro por el final y sabe que no existe la salvación.

a veces pienso que ojalá no olvide nunca esa mirada franca, transparente y desesperada; y otras deseo no volver a imaginarla en cuerpos ajenos que no me pertenecen y que acabarán banalizando el amor de mi juventud hasta deshacerlo en cenizas o, peor, hasta convertirlo en un producto de consumo masivo.

no sé si tiene sentido lo que escribo, pero lo que siento es real, como cuando intento recuperar con todas mis fuerzas aquellos versos solitarios sobre la tristeza de un viernes. no hay nada urgente que valga la pena hacer, escribiste, y las letras se me caen al fondo del olvido a medida que te conviertes en un nombre más, en un mote más, en una noche más de las miles que dejo en blanco...

por si vuelves, y quieres, y te atreves, y la escribimos juntos.

gírate

martes, 6 de octubre de 2015 a las 21:20
gírate
soy la chica que mira
con sonrisa tímida
al fondo del todo.

yo te ofrezco cambiar
mi qué dirán por tu diván
y contar horas muertas
al fondo del todo

gírate
soy la chica que calla
lo que sus ojos gritan
a espaldas de todos

yo te pido quedarnos
donde no me hallen
la alegría y la pena,
al fondo del todo.



a las 20:38
Soy una maraña de contradicciones donde anidan los cuervos. Cría cuervos y te sacarán los ojos, decían. Cría cuervos y quizás te traigan diamantes robados, pienso yo. Entre toda esta oscuridad animal recuerdo la época en la que visité Aarhus y en un paseo a solas por el jardín exterior del museo de arte contemporáneo. El cielo estaba usualmente encapotado y yo venía de buscar un edificio en el que, a su vez, tenía que buscar a un funcionario y, a través de mis preguntas y del brazo que él me diera a torcer, buscarme un titular. Vagaba distraída y era a la vez plenamente consciente del momento vital que atravesaba cuando reparé en que había elegido una profesión muy solitaria. Me invadió una sensación de desasosiego, de querer volver atrás, a aquel examen de física y química que suspendí y que me quitó las ganas de aguantar la perorata de mis progenitores, eternamente de ciencias. Podría estar todavía a tiempo. Pero no.

La misma soledad pegajosa me acucia si recuerdo aquellas mañanas tropicales en coche, mientras buscaba hoteles en los que nunca me podré alojar en Miami Beach. O la vuelta a mi apartamento, ya de noche y dejando atrás la redacción vacía y perezosa. También cuando subo mentalmente los escalones que llevaban a una azotea con el suelo de parquet en el centro de Valencia. Allí, por sorpresa, encontré a un profesor que también era periodista y que me guió como a una aprendiz. Me presentó a las personas que eran noticia. Creo que aquella fue la primera y última vez que no me sentí sola al lanzarme a los leones.

Y, sin embargo, la desidia se me come cuando ya no estoy sola. Cuando no puedo estarlo. Cuando es la norma pasar todas las horas -siempre demasiadas- bañándome en la luz de neón de una oficina alejada de las preocupaciones mundanas que se constituye en su estado propio, si cabe. Con sus jerarquías y sus salvaguardas, y sus ritos, por los que has de pasar sin excusa. Hay días en los que echo de menos la soledad de aquello que un día quise ser, y todos los días desde entonces sueño como un imposible. Soy una escritora atrapada en la contradicción del no pertenecer, no querer, no ser. Pero, al menos, no estoy todavía demasiado paralizada como para dejar de alimentar a mis cuervos. Total, me parece tan buena opción dejar de ver lo que me rodea como dedicarme a coleccionar diamantes.

el camarero

jueves, 20 de agosto de 2015 a las 17:28
En todas las guías que había leído ponía que, si bien todos los restaurantes -y no solo los restaurantes- en Estados Unidos esperaban una generosa propina, cuando una no estaba para nada satisfecha con el servicio no había que dudar: el "tip" no se dejaba en esa circunstancia.

Era un invierno cálido del trópico y yo salía con un grupo de gente que apenas acababa de conocer. Fuimos a un barrio que en los últimos años se había elevado a la categoría de hipster gracias a la apertura de galerías de arte y a los estéticos graffitti que decoraban las antes grises paredes de cada bloque. Los colores y la belleza convertían a Wynwood en un oasis de modernidad en el olvidado y empobrecido Midtown, y no era aconsejable traspasar la línea invisible que lo delimitaba.

Fuimos a parar a un bar al estilo "biergarten" y para mis adentros pensé, decepcionada, que para eso ya había estado en Berlín. Pero seguí a la manada, que se cambió varias veces de mesa hasta recalar en la terraza. Una vez sentados, los dos chicos que llevaban la voz cantante comentaron que ya conocían el lugar y que estaba muy bien. Esos dos hombres que, por menos o por más, rondaban la redonda edad de 30 años, reunían juntos más patrimonio del que yo amasaré en mi vida. Uno, de buena cuna madrileña, salía con una chiquilla de pueblo que apenas superaba los 20 años, un capricho que chocaba con las expectativas de alta alcurnia de su familia. El otro se había independizado a la misma edad que yo me despegaba de la GameBoy y se había criado lejos de sus padres en las principales capitales españolas, yendo a veranear a su pueblo natal, Ibiza, y disfrutando de su libertad sexual y social con celebridades a las que el resto solo podemos tocar en papel de revista.

Cada uno pidió su plato. En un intento de fusión germanoestadounidense, allí se servían tanto hamburguesas como salchichas, sin olvidar el sauerkraut. Tardaron bastante en sacar los platos, por lo que algunos tuvimos que esperar. Fue en aquella espera cuando se me hizo patente mi falta de pertenencia al grupo, que más adelante cristalizaría en un abandono total. Yo no era como ellos, y ellos no eran como yo. El que se había criado lejos de su casa y, por ende, tenía más cualidades cosmopolitas, llamó la atención del camarero. No estaba contento con su plato -uno de los más caros- y no se iba a limitar a tragar. Señaló todo lo que no le gustaba -el punto, el aspecto, el acompañamiento- y su tono entre enfadado y asqueado me hizo empatizar con el pobre camarero, que aguantaba estoicamente. Finalmente, el chaval le propuso pedir otro plato. El hombre pidió el solomillo más caro de la carta, que sumado al vino -siempre pedía vino, le venía de familia- ascendió a un precio que me hizo revolverme en mi silla. Bebió con arrogancia mientras se llevaban su insatisfacción emplatada.

Otra de las integrantes del grupo, de mi misma procedencia y más de clase media que yo, si cabe, sí pertenecía al grupo, o quería pertenecer a toda costa. Era una de esas personas que tienen intolerancias, o eso dicen, a determinados tipos de comida. No recuerdo lo que pidió, pero al verlo en el plato adoptó su habitual cara de disgusto fino y anunció que también cambiaría su plato. El camarero, pobre de él, volvió a recibir un varapalo. A mí me sirvieron lo que había pedido y, aunque no tenía el mismo aspecto que cuando mi abuela cocina, lo acepté y me lo comí de buena gana. La cena y la conversación siguieron hasta que los platos estuvieron vacíos. Por lo menos, el mío.

Cuando llegó el momento de pagar y cada uno pidió su factura, volví a revolverme en la silla. Tanto el hombre como la chica habían decidido no dejar propina. En el caso del hombre me resultó más obsceno aún, si eso era posible, puesto que la propina era proporcional al montante -ya bastante alto-. Se justificaron diciendo que el servicio había sido pésimo. Yo dejé mi propina habitual. Nos levantamos y antes de marcharnos, el camarero volvió. Yo sentí vergüenza ajena. No por él, sino por aquellos dos. Dijo que faltaban propinas, y que sin ellas el cocinero y él no ganaban apenas dinero. Pidió que por favor dejaran la propina y volvió a irse, esperando -imagino- que al volver hubiera unos números con los que recompensar sus horas en la cocina de aquel biergarten durante la noche y poder pagar los desorbitados precios del alquiler en Miami.

No le dejaron propina. Antes que en el lugar de aquellas dos personas, yo me había puesto en la piel del chaval que tendría que trabajar más duro al día siguiente y, quizás, soportar la bronca del cocinero y el jefe o, a lo peor, un despido. Cuando pienso en ello, resuenan con eco unas palabras que nos relató aquel hombre una noche, en su casa, hablando de su infancia. Su abuela le enseñó: "F, tú no eres más que nadie. Nadie es más que nadie, independientemente de su procedencia". Quizás aquella noche el vino le nubló aquella lección de vida.

notas antiguas

viernes, 31 de julio de 2015 a las 18:07
- La gente guapa no es de fiar.
- Lo dices por ti?

Florecer en la añoranza, marchitarse en la tierra donde deberían echarse las raíces

Recupérame para tu colección privada
no me importa morir en tu hall de la fama.
Diosas de cera se derriten
al verte fumar en pijama.
Esta es la historia de un dulce pirata
y su tesoro envenenado,
llámame amarga dama.

Nos unía mucho más que una línea de metro

Sibilina como una serpiente putón

El único drama que me gusta es el drama'n'bass, vale? Cuidao.

Donde ansiábamos vivir, íbamos destruyendo. Dame alguna vida, inútil dátil. Dulce artista, vuelve ileso deprisa. Diría antes, volver irrita doblemente.

Existir genera pasados, vivir crea historias. No dejéis que vuestros recuerdos sean mejores que vuestros sueños.

lovebirds

sábado, 4 de julio de 2015 a las 6:37
Había decidido llamarlos the lovebirds. Era una pareja de pájaros poco común entre las bandadas de cuervos oscuros que merodeaban la bahía. Su plumaje de color tierra grisácea y su cola larga con una raya blanca los distinguían de la alevosa oscuridad de la mayoría. Con feroces graznidos, la pareja perseguía y se lanzaba en picado contra los invasores, no importaba si les doblaban en tamaño. Los había visto a lo largo de los meses mientras me bañaba en la piscina caliente, por la mañana o por la tarde. Siempre pensé que aparte de ser dos pájaros celosos de su territorio, debían de esconder algo en aquella pequeña parcela con palmeras. No dejaban que se acercara nadie y su inusual valentía, o temeridad, debía de picar la atención de las astutas aves que volvían y volvían a curiosear por qué no podrían posarse cerca de aquellas ramas, qué resplandeciente objeto digno de invertir su tiempo yacería allí. Puede que solo fueran algunos huevos, puede que fuera un nido, o quizás un trabajado botín, quizás todos los pájaros de aquí sean como los cuervos, o los humanos: todo lo que brilla embelesa los ojos del que mira.

Hoy, en la piscina, los he vuelto a ver. Llovía y yo estaba metida en el jacuzzi, sofocándome de cuello para abajo y disfrutando de la brisa y las gotas tropicales. Uno de los lovebirds volaba con las dificultades que solo un ave conoce: el agua moja, las plumas pesan, y por mucho que los huesos sean huecos, luchar por ascender es una batalla perdida contra las circunstancias. Pero, maravillosamente, no. Lo intentó dos veces y logró echar a un cuervo de los grandes que descansaba en una farola. Enfrente, su mujer hostigaba con caídas en picado a un pequeño grajo. Se movía como una abeja, o quizás como aquel colibrí verde, mágico, que confundí con un abejorro por su tamaño diminuto en el parque de los Twin Peaks. Es increíble la sensación consciente de saber que estás grabando un momento en tu memoria. Lo vi apenas levitando, ingrávido, a unos 15 centímetros de mi cuerpo, y recordé el momento infantil en el que aparecía un pokémon salvaje y raro en mi GameBoy. Esa es mi infancia: videojuegos y animales con alas.
jueves, 2 de julio de 2015 a las 6:44
Quiero guardar este momento, con el que he soñado miles de veces, en la memoria pero sé que se desvanecerá un día u otro. La luna llena enciende la primera noche de julio en Brickell. Un camino de plata atravesaba el mar negro que se extiende frente a mi ventana, en un piso 12 sobre la bahía de Biscayne. Pensaba quedarme en casa y salí a última hora, pesarosa, incapaz de apreciar la claridad del cielo que se esconde tras los rascacielos. Ni de ver los árboles que tapan el bosque. Lo hice, y me encontré con personas que he ido conociendo a lo largo de estos meses. Mi rumbo cambió por completo gracias a ellas. Sin embargo, mis rarezas a veces me guían por otros lugares y cada vez las he visto menos. El caso es que hace años que no me regalan algo, que no recuerdo celebrar. No ha sido una celebración propiamente dicha pero me han mostrado afecto. Han pensado en mí. Y me gustaría guardar este momento para disfrutarlo cuando aprenda a disfrutar de las cosas, ya que ahora solo soy capaz de fijarme en mis errores y en cómo podría haberlo hecho mejor. Era un regalo por mis 25 años, o por mi despedida, pero en cualquier caso todavía me quedan muchos años para crecer y hacerme mayor.

Paseo

lunes, 29 de junio de 2015 a las 5:35

Desde que Carrie Bradshaw había hablado sobre él en Sexo en Nueva York, miles de mujeres pensaban en el “paseo de la vergüenza” como en una pasarela de moda con el atractivo de lo decadente. Se imaginaban volviendo a casa al amanecer, aún subidas en sus tacones de aguja y recién vestidas con un favorecedor modelito que habría dormido esa noche en el suelo, junto a la cama del hombre guapo que conocieron en el bar. Dana era una de ellas hasta que cumplió 17 años y se descubrió, un domingo por la mañana, exudando todos los martinis que su sonrisa (eso le habían dicho) le había ahorrado pagar en un antro lleno de cuarentones desesperados. Eran los últimos días de junio y el termómetro marcaba 35 húmedos grados a la entrada del hotel barato donde la había llevado aquel arquitecto veinteañero (eso le había dicho). Después de un minuto de besos tras la puerta y cinco de acción, contados con reloj, el muchacho profirió un balbuceo de ebrio triunfo y dejó caer su peso muerto sobre ella. Por suerte, pudo quitárselo de encima y descansar con dificultades hasta que, alarmada, se dio cuenta de que eran las 11 de la mañana. Se peinó con las manos y cerró la puerta rápido para no recordar (ni agravar) aquel primer fracaso de su lista. En el espejo del ascensor, bajo una luz amarillenta, se encontró con una chica con el maquillaje cuarteado, las greñas alborotadas y el vestido lleno de arrugas. Las dos exclamaron a la vez: “Joder”. A Sarah Jessica Parker le pitaron los oídos.
miércoles, 3 de junio de 2015 a las 16:36
"See you in next life", nos dijimos ese verano. Yo pensaba que a pesar de ello recordaría sus caras toda la vida, pero no fue así. Con el paso de los años se desdibujaron las líneas de su rostro y se borraron las palabras que definían nuestra relación. Los nombres se perdieron por las calles de aquellas ciudades que fui visitando y cada vez que quería recuperarlos tenía que recorrerlas desorientada y sin GPS. Pero un día soñé con Quique González, el que puso banda sonora a aquellos años caóticamente tranquilos. Y en apenas unas horas el mundo te arrastró a la superficie. Tú, protagonista de sus historias, con tu cara y tu pelo y esa dejadez de quien no espera nada mientras el cigarrillo siga consumiéndose. Y brilla súbitamente aquel resplandor de épocas pasadas, pero el tiempo ya no perdona.

la grande bellezza

martes, 19 de mayo de 2015 a las 4:53
Me deslizaba a 60 millas por hora por la carretera. Siempre pensé que si alguna vez llegaba a tener un coche, no podría escuchar drum and bass porque aceleraría demasiado. Era cierto, y con aquella emisora de radio me bastó para saberlo. Mi asiento temblaba mientras el motor hacía esfuerzos por seguir mi ritmo. Llevaba toda la tarde pensando en ello, en él. Absolutamente toda la tarde sin poder concentrarme.

Pisé el acelerador. Las vías se abrían ante mí como una mano mostrándome su abanico de posibilidades. Apenas había tráfico. Cuando llegué a Brickell, la luz del día caía por detrás de aquel frente de edificios que se levanta en la bahía. Rascacielos de espejo, grises, azules, con ventanas encendidas. Pensé en la belleza del momento. Y en la belleza de una porción de noche dentro de una de aquellas habitaciones. La grande bellezza.
jueves, 23 de abril de 2015 a las 2:16
A veces me encantaría ser una forofa del fútbol para concentrarme solo en una cosa, y que tooodas mis responsabilidades y preocupaciones se esparcieran como motitas de polvo en el monstruoso campo que hay al otro lado de la pantalla, ese mismo en el que les encanta tirarse a lloriquear y a rebozarse como croquetas a unos cuantos jugadores uniformados con barbas y tatuajes que ganan más que tú, yo y todo el vecindario juntos. Dicho esto, creo que me conformo con comer patatas bravas y beber cerveza mientras me concentro en los forofos que se tiran de los pelos y le gritan a la pantalla como si los jugadores les fueran a oír.
martes, 21 de abril de 2015 a las 4:37
te veo en la mirada de otra gente de pupilas limpias y te escucho en las risas ajenas que me ponen a bailar el corazón. te siento en el andar áspero del gato que caza pájaros que no saben volar. te huelo en esos bares que flotan en la neblina olvidadiza del tabaco y te saboreo en la avidez eléctrica que recorre los cuerpos cuando se atraen como imanes. pero sigue faltándome un sexto sentido para entender por qué no te encuentro aunque sé dónde estás.
lunes, 20 de abril de 2015 a las 1:17
Yo era una jodida fugitiva. No tengo claro si más jodida que fugitiva, o al revés. Pero ambas condiciones se perseguían la una a la otra y al final acabé escondiéndome en su guarida, un espacio lleno de luz en mitad de la noche. No sé por qué no lo he olvidado después de tanto tiempo, del paso de los años y el roce de los cuerpos y el desgaste de los labios. La claridad se colaba en su cama sin miramientos, cruda, desde aquella ventanita carcelaria junto al techo abovedado. Yo no necesitaba ver las estrellas desde allí, el me hacía verlas, me hacía reclamarlas con cada grito, con cada gemido, con cada suspiro inconsciente. El alargaba sus manos hacia mí y yo las alargaba hacia el futuro, para arrastrarme atrás en el tiempo cada vez que me sintiera miserable y vacía. Y para recordar que hubo momentos en los que me sentí llena, sentí que iba a explotar, ya no sé si de placer, de amor, de locura o de estupidez. Sospecho que de todo a la vez. Él entraba dentro de mí y yo solo deseaba encerrarlo allí dentro, empujarlo dentro de mi jaula, empotrarlo contra mis límites hasta que se me quedase toda la piel marcada con sus arañazos, sus huellas dactilares, sus mordiscos, su saliva. ¿Qué hacer cuando me arrastra el pasado pero no puedo traerlo al presente?
miércoles, 15 de abril de 2015 a las 5:03
POETA.

no eran sus afilados versos 
disparados al corazón
ni esa mano suave y entrenada
en rimar los finales 
del deseo contradictorio.

no eran sus cigarros estrechos,
ni sus heridas de arpón
ni la mirada dulce y fiera
del amor catastrófico
que se asomaba en la espera.

era flotar sobre un colchón,
era brillar en su ausencia
era follarnos la razón
lo que me hizo sirena

de aquel náufrago poeta.
a las 5:02
GATUNO.

el mejor de mis errores
no luce en tinta
sobre papel
es un recuerdo tenue
pero indeleble,
marcado en mi piel

mirarme al espejo
es retroceder
al tiempo en tu lecho
y volver a temer
esos ojos de gato

que ya no me ven.

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