Estoy aquí

sábado, 8 de junio de 2013 a las 1:13
Estoy aquí. El balcón huele a noche valenciana. Intenté describirlo en mi memoria, pero es una sensación inefable. Luz amarillenta sobre el asfalto, alguna persona caminando despreocupada, la noche oscura.

Siguen los edificios donde estaban, Blasco Ibáñez es el palacio de las corrientes de aire. Yo ya no suelo con una cerilla y un bidón de gasolina. El ceño se ha desfruncido. Las aglomeraciones ya no son apabullantes ni esconden ojos que desvisten. Aquí y allá ya he vivido.

Una segunda capa de Vida-shop sobre este lienzo ya dibujado por los años. Los bares están llenos, la gente ríe, los niños llevan smartphones, hay cola en la peluquería, nadie es extravagante. Seguimos estudiando para no escribir el futuro.

Pero yo sí lo hago. Yo escribo. Porque quiero. Y porque puedo.

Dije que no tenía raíces antes de partir. No era cierto. Estaban ahí, y han crecido. Los transplantes nunca son definitivos.

templo

lunes, 3 de junio de 2013 a las 0:00
"¡Callaos, iros a otra parte a mover la mesa y a comer!", pensó.
Su mente era una habitación cerrada, recalentada y en la que alguien había hecho explotar una olla a presión. Su cabeza era la escena de un atentado. No quería moverse por si se le caía de los hombros, pero tuvo que hacerlo, dando tumbos. Abrazada al váter y apabullada por la luz, no tuvo éxito intentando liberar su cuerpo de la pócima del mal. Así que volvió, la vista nublándosele, a dejarse caer con suavidad en aquel par de almohadas blancas. 

Sentía palpitaciones en su pecho y las intentaba aplacar con agua. "En algún momento tendrán que parar, pero ojalá parasen ya". Después se percató de lo macabro de lo que había pensado y temió porque su corazón se detuviera. Temió desfallecer en aquella cama, en aquella ciudad lejos de su casa y los suyos. Respiraba con el miedo de que nadie se diera cuenta de que ella había muerto allí, sola y abandonada. A cada exhalación, intentaba olvidarse de que controlaba sus respiraciones, pero no podía.

Su frente era un quitamiedos en el punto negro de una carretera. Mil coches se habían precipitado contra ella, abollándole el cerebro. "¿Se me pueden romper las conexiones neuronales?". Se imaginó durmiéndose para siempre y quedándose vegetal. Luego escuchó atentamente por si había alguna otra voz allí, en lo más recóndito del laberinto mental. Por suerte, todavía no era esquizofrénica.

Intentó dormir con la certeza de que aquello era un toque de atención. El cuerpo, sabio templo en el que se había refugiado toda su vida, se había convertido en un lugar de peregrinaje para el mal. Cada fin de semana. Maltratos, crímenes y por último, el atentado. Se sorprendió sinceramente de que todavía resistiera. Era un templo maravilloso, se dijo. 

Y decidió darle una oportunidad a su templo. La oportunidad de cuidarlo como se merecía y de asegurarse un lugar al que acudir cuando los cimientos de la tierra se agitaran, algún día. Era día 2 de junio, pero el primer día para levantar, ladrillo a ladrillo, el templo de su cuerpo.

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