Maltratadores

lunes, 10 de agosto de 2009 a las 1:21
Contemplo a ese hombre y a una rata y no observo la mínima diferencia.
El hombre, en general, se caracteriza por ser un animal, un mamífero concretamente, pero se le distingue de otras razas animales por su capacidad de razonamiento. El hombre puede decidir. Puede tener una idea del bien, una idea del mal, y actuar según una cadena de valores y unos principios. El hombre piensa, y al menos intenta actuar de forma coherente a sus valores.
El hombre nace, se reproduce y muere, y mientras todo esto ocurre, es capaz de crear vínculos afectivos con otros de su especie. Cree estar sumido en un estado al que llama enamoramiento, y que tan sólo es una reacción química en su organismo. Los sentimientos que le provoca este estado le impiden usar su capacidad de raciocinio al máximo rendimiento, y a veces toma decisiones absurdas e ilógicas en nombre del amor, o simplemente no las toma. Pero, por encima de todo, en nombre de ese sentimiento propio del enamorado, ama. Un lazo invisible lo une a otro ser humano, hacia el que siente una dependencia emocional, de diferente intensidad dependiendo del especimen observado. El hombre se siente realizado cuando al amar es correspondido, cuando puede disfrutar con esa otra persona, cuando deciden compartir su vida.
Sin embargo, no todos los hombres se sienten correspondidos. Como todo animal, intentará conseguir su objetivo con insistencia. Al cabo de un tiempo, si lo consigue, se sentirá realizado. Si no lo consigue, buscará otro objetivo.
Pero existe otro tipo de reacción, que no merece ser calificada de humana, y que ni siquiera la mayoría de animales tienen.
La reacción violenta.
Esta reacción puede desencadenarse desde diferentes origenes, pero siempre con un mismo fin: la agresión, el daño, el dolor. El hombre sufre un trastorno que lo convierte dominante en exceso, incapaz de razonar con claridad y de ordenar sus ideas. Persigue a su víctima como si fuera un animal de caza. Y el único objetivo que tiene un animal de caza es matar.

Cada vez que enciendo la televisión tengo que ver en el telediario una noticia sobre una mujer asesinada por su compañero sentimental. Estoy harta. Siento rabia hacia esos hombres que no aman a las mujeres, que en vez de sentarse a dialogar o darse a la bebida optan por coger un cuchillo o incluso optan por usar sus propias manos para acabar con una vida sobre la que no tienen ningún derecho. Siento miedo de pensar que hombres como esos pueden estar caminando ahora por mi calle. Siento indignación porque sé que se va a repetir, que siempre hay algún hijo de puta suelto que no tiene dos dedos de frente y no puede superar que nadie lo soporte y por eso se desahoga con la persona a la que una o quizás muchas veces ha dicho que quiere, con la persona a la que se supone que debe respetar por encima de otras.
No soporto la violencia y creo que cualquier conflicto se debe solventar mediante el diálogo, pero con este tipo de animales se debe hacer una excepción. No son personas, son animales. Matan. No matan por su supervivencia, matan por placer. Piensan en matar, fijan un objetivo y no dudan en pegar patadas, meter puñetazos, clavar cuchillos, golpear con objetos, ahogar, empujar, quemar a sus víctimas hasta que acaban con ellas.
Son asesinos. El asesino más frío que hay. Un asesino no ama, está enfermo. No escuchan los gritos de la vida que arrancan con sus manos, no sienten nada al mirar los ojos inertes de alguien que un día los miraba con amor.
Lo único que siento es asco. Deberían probar su propia medicina, sufrir en su propio cuerpo lo que ellos hicieron sufrir a otra persona que merecía vivir.
Mi desprecio más absoluto hacia ellos.

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