martes, 21 de junio de 2016 a las 1:55
Hace un año aún estaba en el país donde la naturaleza es salvaje. Los humanos llevan armas a las que intentan domar durante la fracción de segundo que dura un retroceso. Los caimanes vigilan a los humanos asomando sus ojos mezquinos a ras del agua. Yo no me había dado cuenta de todo aquello hasta que oí las balas caer y al animal bramar desde las profundidades de su cuerpo de dos metros. Me lo tuvo que decir un diplomático por teléfono, la naturaleza aquí es salvaje. En Europa la hemos educado, plantamos jardines urbanos, parques, talamos los árboles y no dejamos que la maleza se descontrole. Allá la mala hierba nunca muere. Ni en el desierto de Arizona, donde las mañanas de cactus y acantilados funden sus colores bajo un sol de justicia y desaparecen bajo la bruma al atardecer. Ni en las bahías de Florida, donde los huracanes imponen su ley húmeda, impasibles, hasta que las lágrimas de la naturaleza nutren la tierra ahogada entre rascacielos. Hace un año estaba allí, y ahora no sé dónde estoy.
viernes, 3 de junio de 2016 a las 0:23
Le habían dicho que la vida no era un camino de rosas, pero tampoco se alejaba mucho. De vez en cuando pisaba espinas que se le clavaban más y más al continuar. No se amaba igual a los 15, que a los 18, que a los 25. Su amor adolescente se había despilfarrado en vano. Recordó sus páginas de diario, escritas con la excitación de quien comienza algo. Por aquel entonces, contaba inconscientemente las horas y los días desde que había transcurrido un beso. Las sensaciones y las miradas codificadas que adquirían nuevos significados tras el lenguaje de la intimidad. La intimidad. Los cristales de un coche empañados al amanecer, la impaciencia camuflada de buenas intenciones. Le dolían tanto las espinas...

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