Lo sabía, pero le daba igual. O lo intentaba. Lo más amargo es entender a tu propio verdugo, se repitió. Pero mientras se lo explicara con esa sonrisa, escucharía y dejaría la herida escocer. Dolía desde hace mucho. En ocasiones se dejaba curar. Incluso parecía que se había cerrado por completo, por arte de magia, o por derecho. La sal del mar ayudó, incluso le supo dulce. Pero no, hay heridas que se sienten en la piel, o en lo más hondo de las entrañas, mucho antes de producirse. Por física y por casualidad. Así empezó todo. Y el gran batacazo, la caída libre en picado, estaba a punto de llegar.
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Hace 5 años
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