feliz navidad

jueves, 25 de diciembre de 2008 a las 1:42
De donde no hay no se puede sacar, pero la nada es infinita, y el infinito lo contiene todo.

Escandinavia

martes, 25 de noviembre de 2008 a las 1:35
Tic, tac, tic, tac.
El incansable y sosegado girar de las manillas repiquetea sobre mis pensamientos mientras miro a oscuras hacia el techo. Estoy aquí, en mi cama tumbada, enterrada bajo un blando edredón nórdico que me aisla del frío. Lo que el resto de la gente no sabe, es que mi edredón también me aisla del mundo.
Todos los días deseo ese momento en que el Sol se esconde, en que la luz que ilumina las calles ya no es natural, sino artificial, para despertarme en otro lugar. Ese lugar que sólo conozco yo, bueno, y también mi peluche, al que me llevo a veces bajo del edredón (pero solamente si me lo pide educadamente, no sé cómo dejan a los niños solos con esa masa de algodón perversa y antipática, con razón están saliendo estas nuevas generaciones de niños tan rebeldes...).
Cuando me tapo con el edredón, por fuera nadie sospecharía nada, tan sólo me verían tapada hasta la coronilla y pensarían que me voy a ahogar. Pero en fin, esas no son unas sospechas preocupantes.
En cambio, bajo esos centímetros mágicos de tela, se esconde todo lo insospechable. El único mecanismo que utilizo es el de cerrar los ojos y desear con fuerza una situación. Me dejo llevar por la imaginación, y el edredón hace el resto, me teletransporta rápidamente (aunque, a veces, el ruido de mis vecinos de abajo que encienden la tele a altas horas de la madrugada le produce interferencias y le lleva más tiempo) a ese lugar y con esa compañía que tanto he deseado.
El tiempo no transcurre a la misma velocidad en ese mundo y en el nuestro. Allí he pasado días, incluso semanas, razón por la que a veces conozco vivencias que en una veintena de años reales no se pueden haber conocido todavía.
Sí, es querer vivir rápido, pero sacia las ganas y la impaciencia. Sí, claro que a veces me siento como si tuviera 60 años, como si cada vez me quedara menos que descubrir, y menos ganas de descubrirlo.
Pero no me he cansado aún de viajar bajo mi edredón, y pienso seguir haciéndolo hasta que mi corazón diga basta.

Estoy deseando empezar el viaje de hoy, mi favorito, al que dedicaría (y casi diría que ya de hecho, dedico) meses y meses...
Porque, la verdad, Escandinavia no parece tan fría bajo mi edredón, y contigo abrazándome... menos.

Lo tengo!

miércoles, 12 de noviembre de 2008 a las 0:25
La clave del éxito de las cosas es el nivel de ignorancia que posee cada una de las partes que contribuyen a ese éxito.
Por ejemplo: si él ignora que yo lo estoy ignorando deliberadamente, dejará de ignorarme (si es que me conocía).
Si yo ignoro que él me está ignorando deliberadamente, me interesaré por ver qué ocurre, con la consiguente intriga/angustia/obsesión (según nivel de ignoramiento, y de interés en el susodicho).
Por tanto, la clave de todo esto es... pasar de todo.
Sencillo.

(Ya, no tiene mucho sentido, pero recordad: un día sin escribir es un día perdido)

Faithless

lunes, 10 de noviembre de 2008 a las 20:36
Suena una canción de Faithless, las luces cambian de color; negro, azul, negro, verde, negro, rojo...
Entre luces y sombras, cientos de brazos se agitan hipnóticamente, obedeciendo al ritmo que impone la música. Hay peligros cerca de él, pero no les dará opción: hoy él es más peligroso. Hoy no depende de nadie, se siente superior a todos los problemas, hoy cualquiera de ellos parece insignificante mientras su espíritu se agita y se eleva a una dimensión fuera de lo terrenal.
Está poseído. No necesita cegarse a base de alcohol, éste sólo le ha abierto los ojos lo suficiente como para ver la realidad. Sus pupilas están dilatadas, pero de placer.

Y quiere más.
Ante cientos de miradas desvaídas, se mueve, fija un objetivo. Sin embargo, no se ha percatado de que él mismo se convirtió en el objetivo de alguien hace unos días, alguien que pasó rápidamente a su subconsciente, pero cuyos labios rojos lo observan sedientos desde alguna parte.
El objetivo de esa noche no es fácil, "pero tampoco dificil", piensa. Sólo necesita unos susurros al oído, cálidos, suaves. Que ella note el contraste de su respiración contra el alcohol frío que corre por sus venas. Las mismas manos que le van ofreciendo las copas desearían estar ocupadas reinventando el sentido del tacto en su piel, quitándole esa ropa que van echando de más con cada movimiento que hacen acompasados.
- Qué calor hace aquí dentro... -le dice al oído, con una sonrisa sugerente.
- Vaya... - levanta una ceja, juguetona, mientras piensa "vaya... frase más original" - ¿y se te ocurre algún remedio?
- No estaría mal dar una vuelta por fuera y refrescarnos un poco -le susurra, respirando sobre su cuello.
Ella delibera unos segundos con una sonrisa en la boca, y acto seguido asiente, dejando que la guíe, a lo que él responde amoldando su mano a la forma de su cadera, manteniéndola cerca.


Salen, y tras unos minutos paseando cerca del parking, ella se sienta en un bordillo, cansada pero sin perder la sonrisa.
- Aún no te he preguntado... cómo....
- David, me llamo David. -ella se ríe.
- No, quería preguntarte cómo eres capaz de... bueno, de dedicarte tanto a alguien que no conoces- lo mira a los ojos y se recuesta sobre él, curiosa. -Uf, me pesa la cabeza...
- No es difícil si la desconocida es tan simpática... -dice, agachándose sobre ella y pasando un brazo por su cintura- y preciosa... como tú - termina susurrándole.
Ella sonríe, visiblemente halagada. Se incorpora, y lo mira a los ojos. "No parece mal chico", piensa.
- Me llamo Andrea -y, pasándole la mano por la nuca, añade -, ahora ya no soy una desconocida, ¿no?
- Pues... parece que no.
- ¿Cómo que parece?
- Bueno... para dejar de ser desconocidos, deberíamos conocernos un poco mejor...
- Mmm... ¿y qué propones? -ronronea, acariciándole detrás del cuello.
- Yo ya propuse salir aquí fuera... ahora te toca proponer a ti -contesta él, mientras el tacto de ella en la nuca le eriza la piel -pero, por si te interesa, tengo el coche aparcado por aquí y estaremos más cómodos...
- Eso suena a proposición...
- ¿Y no te gusta esta proposición? -le sonrié inocentemente, mirándola a los ojos.
Ella se queda callada, y le devuelve la mirada a la vez que se aproxima a sus labios. Él cierra los ojos, nota cómo sus respiraciones se van convirtiendo en la misma...
- Vamos.-se evade rápidamente, apremiándole con un susurro al oído.


El coche está frío, pero parece que ella no, y todo lo que le ha hecho esperar se lo entrega ahora con impaciencia... Lo atrapa con sus piernas en el asiento de atrás, haciendo que se derrita con cada beso, cada caricia... a las que él responde liberándola de la ropa veraniega que le impedía recorrer cada centímetro de su piel. No han pasado ni diez minutos y ya se encuentran aislados en una burbuja de vaho, sin más música que la que sale de sus bocas, ajenos a todo lo que sucede fuera.


Pero las burbujas se rompen... como la sonrisa de él al ver unas palabras mojadas en el vaho de un cristal: "no me llamaste, David... M."

un dia sin escribir es un día perdido

domingo, 9 de noviembre de 2008 a las 23:09
Una manada de borreguitos de algodón se desplaza sobre mi cabeza, chapoteando entre el azul del cielo. Es primera hora de la tarde, domingo, la calle está desierta, mi azotea también, mi vida también: no hay nadie rondando. Sonrío. No me importa. Podría quedarme así, tumbada escuchando la quietud del mundo, de mi mundo, en el último domingo de agosto.
Tiño mi mente del mismo color que las nubes, me aislo en mi burbuja, me mantengo fresca.
Podría quedarme así mucho tiempo.
Podría quedarme.
Podría.
Pero no voy a hacerlo.
Porque es aburrido.

Me levanto y me asomo. La ciudad, vista a escala y desde arriba. Me siento como la diseñadora de una maqueta: no habrá ciudadanos hasta que yo los ponga estratégicamente en las calles, dentro de sus casas...
Pero, oh, ahí asoma alguien, doblando la esquina. ¿Quién será ese que pobla junto a mí la ciudad fantasma, que yo controlo desde aquí arriba? Me intriga, me provoca curiosidad. Percibe que alguien, la única otra alma que habita el último domingo de agosto, lo está observando. Me mira. Nos miramos...

Siempre me he preguntado qué se sentirá al sucumbir a la ley de la gravedad... qué pensamiento cruzará la mente mientras el cuerpo cae sin remedio.

M.

a las 0:47
- Un Martini limón, gracias.
Se apoya distraída sobre la barra. Sus piernas, enfundadas en unas transparentes y delicadas medias, se cruzan, enroscándose a las barras del taburete cual serpiente. Una brillante cascada de pelo castaño cae sobre las montañas que dibujan sus hombros, descubiertos. Sus labios, pintados de rojo, sugieren tanta provocación como el vestido del mismo color que viste, cerrado con una sinuosa cremallera que dibuja el camino hacia la meta que muchos de los hombres cercanos a ella desearían alcanzar.
- Aquí tiene.
El camarero que le extiende la copa es joven pero listo, lo suficiente como para ser prudente y no dirigirse a ella de tú a tú. La ha estado obervando de reojo desde que llegó. Espera, observándola ahora sin disimulo, con la excusa de que ella tiene que pagar. Ella le dedica una media sonrisa coqueta y baja la mirada a su bolso, del que saca dinero y un cigarro. No le paga el importe exacto, y mientras él se aleja para traerle el cambio, ella sigue sus pasos con la vista. No está mal.

No lleva mechero, pero le basta asomarse por detrás del hombro para que el portador de testosterona más cercano advierta que necesita algo. Sin tiempo que perder, le sonríe nervioso intentando gustarle y le ofrece fuego. Sus ojos se alzan, reflejando la llama que el hombre sostiene en la mano, y al hombre parece entrarle calor, se revuelve intentando que entre aire entre su ropa. Ella se limita a sonreír y a encender su cigarro.
-Gracias.
El hombre tarda unos segundos en darse cuenta de que ya no existe para ella, que ha vuelto a seguir los pasos del camarero, y se va. Fuma distraída. Sus labios acarician el cigarro, y el humo que sale de su boca baila alrededor de su atractivo rostro antes de desaparecer en el aire.
El camarero vuelve, sabiendo que ella está clavando su mirada en la suya, pero no la ve. Lo está mirando fijamente. Deposita el cambio sobre la barra, contándolo en voz alta. Y la insistente mirada oscura de ella entra en el campo visual de él, atrapándolo.
La tiene a menos de 20 centímetros, a ella, a su mirada felina, a su inquietante y cautivadora sonrisa... Sostiene el cigarro dejándole a la vista una muñeca libre de pulseras, ni relojes, ni nada. Una muñeca desnuda. Erótica. Advierte en la tersura de su piel. Y advierte en la cantidad de piel que deja ver su vestido rojo. Traga saliva. Está imaginando la piel que se esconde bajo ese simple trozo de tela... y en el simple mecanismo que le permitiría dejar de imaginársela.
La mira. Ella le devuelve la mirada, sin hacer un ademán de recoger su dinero.
- Puedes tutearme.
Se cambia el cigarro de mano y da un sorbo a su Martini. Se relame los labios, sin dejar de mirarlo.
- Pues... ¿Te gustaría algo más?- le contesta, dubitativo.
Ella, mostrándose segura de lo que hace, da otro sorbo a su Martini y reduce los 20 centímetros que les separan, inclinándose sobre la barra y captando toda la atención del joven en un punto de su cuerpo.
- Es posible... - le susurran sus labios rojos y brillantes, describiendo una sonrisa juguetona.

Saca de su bolso un papelito y, escondiéndolo en la mano, se lo acerca. Él lo coge, se lo guarda rápidamente temiendo la vigilancia de su superior, y cuando vuelve a mirarla, interrogante, se da cuenta de que se ha levantado. La observa desde otro ángulo, y se imagina el resto de piel que antes no había hecho cuando la tenía de frente.
Ella se gira, sin darle tiempo a él a disimular, le guiña un ojo y se pierde entre la gente.


El camarero, dulcemente sorprendido por el breve episodio que acaba de compartir con semejante fémina, abre la mano. El papelito contiene un número de teléfono, y una nota: "llámame cuando acabes, David. M."

"¿David?¿Cómo sabe mi nombre?"-piensa él, inquieto, repasando las caras de la multitud pero sin reconocer la de ella. Frunce el ceño. -"Eme. ¿María? ¿Marta? ¿Mónica?"-se guarda el papel en el bolsillo y acude a continuar con su trabajo, todavía intrigado y buscando entre las caras de los presentes.

Inauguración (por enésima vez)

a las 0:10
Vuelvo a Blogger otra vez porque sí, porque quería ser anónima pero es aburrido (y baja la moral) escribir en un servidor británico en el que nadie me comenta porque no me entienden (o a los pocos españoles que habrá no les gusta leerme...), pooorque... básicamente porque sí.

Pero visto que aquí todo el mundo me entiende (y cotillea lo incotilleable) me ceñiré a escritos que NO TIENEN QUE VER CON LA REALIDAD, ES DECIR, TODOS LOS PERSONAJES APARECIDOS AQUÍ SON FICTICIOS Y NADIE SE DEBE DAR POR ALUDIDO.

(Pero si alguien se quiere dar por aludido/a, que se de...)

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