Sobre ruedas

miércoles, 25 de abril de 2012 a las 2:15
Ir en el asiento del conductor conlleva responsabilidades. Tienes todos los sentidos puestos en lo que viene, tanto, que resulta casi imposible hacer otra tarea a la vez. La concentración en las extremidades. La tensión del acelerador bajo el pie. Pulsaciones. Velocidad y freno, ying y yang. Todo bajo control.

A veces miras por el retrovisor. Ahí está siempre, inamovible, el tentador asiento de atrás. Mientras tú te ocupas de todo al frente, eres ajena a la diversión despreocupada, que se tumba o se recuesta. Se ríe, se duerme, se pierde entre ráfagas de serotonina. Paisajes rápidos por la ventanilla a cambio de la eternidad de las rayas blancas del asfalto. Un trueque con truco.

Y entonces, un día decides cambiar. Un pequeño desliz. La adrenalina sigue corriendo por tus venas pero en lugar de estrés, el premio al cruzar la meta es placer. En el asiento de atrás, la percepción del tiempo es diferente. Tu atención se desvía, vuela, ya no vigila un punto de fuga inalcanzable. Y, poco a poco, pierdes el control. Porque desde allí detrás no llegas al freno. Velocidad y cinturón. Negro sobre negro. Asfalto de olor y tacto ásperos. Nada bajo control.

Pero queda otra opción. El asiento del copiloto. Permite más atenciones. Una mano sobre la pierna, miradas furtivas de reojo. Cambiar de emisora en la radio. Leer las señales. Una posición cómoda, responsabilidad limitada. Pero cuando la confianza se rompa, tampoco llegarás al pedal de freno. Velocidad y la fuerza de las palabras. Y al final, un corazón que se para. Un corazón roto, al fin y al cabo.

vulture

lunes, 23 de abril de 2012 a las 22:37
Es la primera vez que leo
poesía a escondidas,
que devoro una revista
con hambre desconocida.

Su nombre junto a los versos,
el vaivén de los besos...
y un vaso de agua fría
para calmar los excesos.

Después me estremezco
al contemplar mi piel,
y le suplico al espejo
que me devuelva el sueño.

Tormenta

viernes, 13 de abril de 2012 a las 19:37
Se avecina una buena tormenta.
Lo bueno de las tormentas es que no implican tormentos.
Lluvias torrenciales, vientos huracanados,
el refugio de un abrigo, o quizás unos brazos.
Pero no lo diré muy alto,
por si las nubes me oyen
y se van a otro lado...

Good when I'm sad

domingo, 8 de abril de 2012 a las 0:30
Llevaba diez minutos concentrado en el sofá, con los pies sobre la mesa y el bolígrafo en la boca. De vez en cuando fruncía el ceño, como si escrutara "El jardín de las delicias", de El Bosco.

- Eres buena... -dijo distraído, sin levantar la vista de aquellos folios escritos a mano con tinta.
- Sólo cuando estoy triste -contestó ella. Él levantó la vista-, el resto del tiempo soy bastante mala...

Dio media vuelta a su silla giratoria de ordenador y lo miró con una sonrisa pícara.

- En todos los sentidos.

Dificil

sábado, 7 de abril de 2012 a las 23:52
20 personas en una subasta de Sotheby's. Entre todas ellas, suman una fortuna mayor de la que serás capaz de reunir en toda una vida de trabajo duro. Una obra de arte, pongamos Klimt. Es dificil. Por su aspecto, deduces que es valiosa. Y por su prestigio, y lo que dicen de ella. Te atrae irresistiblemente. Es dificilísima de conseguir, algo inalcanzable para ti. Ellos pueden pujar y quedársela sin mucho esfuerzo en cuestión de minutos. Lo intentarán, forcejearán verbalmente contra los números de quizás tres o cuatro competidores. Se la llevará uno, y los demás olvidarán automáticamente que la querían cuando vean otra, pongamos, de Van Gogh. Quizás incluso la olvide automáticamente al conseguirla quien se la ha llevado.

Y ahí estás tú, en una esquina, observando sin ser observado, porque ni siquiera estás allí. Ellos pueden  y realmente no quieren. Tú quieres y no puedes. Desearías cambiar de posición, cambiarte por ellos. Pero no, lo único que deseas, en el fondo, es esa obra de Klimt. Sería lo más preciado de tu vida. La pondrías en un altar y la venerarías antes de dormir. Le quitarías el polvo, le hablarías como a una compañera. ¿Y ellos? Ellos la colgarán en algún rincón recóndito de una mansión del tamaño de un centro comercial. Y ahí quedará olvidada, entre otros tantos trofeos que demuestran su poderío. Una entre tantas.

Entonces se te ocurre la mayor locura del mundo, pero ya sabemos, l'amour est fou y tú amas a Klimt, tú te mereces tener esa obra, tú, que lo sabes todo sobre ella. Vas a intentarlo, aunque tengas que saltarte las normas. Es tan dificil, es tan imposible... que la recompensa te dejará satisfecho para el resto de tus días. Trazas un plan perfecto. Ese ricachón de Sotheby's ni siquiera notará que ha desaparecido una de las piezas de las 20 salas de exposición privadas que le compró a su quinta esposa.

Por fin llega LA noche. Equipado con tu pasamontañas oscuro y tus buenas intenciones, después de entrenar día y noche durante semanas, estás preparado para hacerte con ella. Tras saltarte todas sus medidas de seguridad y trucar el sistema, la tienes ante tus ojos. Grandiosa. Viva Klimt. La euforia no te deja respirar. Quieres tocarla pero te suda la mano. Menos mal que llevas guantes, por si acaso.

Y te la llevas, la llevas a casa y la dejas allí, delicadamente, junto al sofá. Te relajas y te predispones a pasar la noche de tu vida durmiendo junto a tu obra favorita de Klimt. Después de tanto esfuerzo, de tantos años estudiando Historia del Arte, de haber hecho acopio de fuerzas y haber cometido hasta un delito por ella. Es tuya. Lo has conseguido. No era imposible...

Te tumbas y la contemplas. Pero después de una hora, te recuestas y miras al techo. En los libros, los colores eran de otra manera. Y no te evocaba los mismos sentimientos. De hecho, allí, apoyada sobre el sofá, no te evoca ninguno. Y te preguntas, en silencio, con un enorme peso sobre los hombros: "¿y ahora qué?".


Imperfectamente | Powered by Blogger | Entries (RSS) | Comments (RSS) | Designed by MB Web Design | XML Coded By Cahayabiru.com