miércoles, 24 de diciembre de 2014 a las 1:02
El invierno trae consigo una nostalgia familiar, amarillenta, como de luz de farola despierta en la noche. Es ley que haga frío cada diciembre aquí. Y que te preguntes qué habrá sido de aquellos cielos que se fundían con el mar en tiempos pasados y en lugares por donde no pasa el tiempo. Hay escondrijos que esquivan el baile de las estaciones y te encandilan con veranos interminables, tan solo hace falta echar unas horas atrás las manecillas del reloj. Pero aquí, ahora, donde es siempre (demasiado) tarde, sabemos que nada es eterno. Y que en las calles sembradas de farolas, cuando la ciudad duerme, retumban todos los pasos que se alejan. ¿Hacia dónde? Quién sabe. Quizás a otro de esos lugares perennes al paso de los años. O quizás, simplemente, al olvido.
lunes, 15 de diciembre de 2014 a las 1:34
- Lleva un Thierry Miller.
- Mugler, será Mugler - dije desde detrás de mi copa de vino autoservida.
De puertas adentro ocurría todo. Los privilegiados podían probar a tiempo real el jamón ibérico y el queso manchego, después recrearse en el ostentoso solomillo adornado con una ridícula zanahoria, y finalmente morir de gula con la bomba de chocolate y avellana que aguardaba para el postre. Más tarde, en la moviola, nos tocaría a nosotros. Pero primero había que retransmitir desde el pequeño chiringuito montado fuera del salón. Y, por supuesto, la comida era lo de menos.
De vez en cuando aparecía algún alto cargo desorientado y me preguntaba dónde estaba el baño.
- Uy, la verdad es que no lo sé - decía yo, intentando que mi sonrisa conjuntara con mis pendientes de brillantitos de marca blanca.
Cuando las mujeres y los hombres de negocios se trasladaron a la terraza, guiados por los beats atronadores de un DJ jovenzuelo que bebía Mahou junto a su mesa de pezclas Pioneer, ocupamos sus lugares. Inspeccioné el puro Monterrey con el que me obsequiaba la casa.
- A mí estos no me gustan mucho - me dijo el fotógrafo sentado a mi izquierda.
- Yo la última vez que fumé de esto, me dio vomitera - dijo el técnico, un poco más allá.
- ¿Fumar un puro te puede hacer vomitar? - pregunté, inocente e incrédula.
Ellos asintieron con conocimiento de causa, y yo me fié: quién mejor sabría de puros habanos que los propios cubanos. 
Yo, en cambio, ¿qué preciado saber guardaba? Miré el plato de serrano y manchego en el centro de la mesa, relegado a la marginación por un segundo de solomillo. La camarera deambulaba peligrosamente cerca. 
- ¿No os importará que me coma el jamón, verdad?
- Adelante, adelante. Esta noche eres nuestra chica - me dijo con una sonrisa paternal el periodista de mi derecha.
Enrollé, rauda, las lonchitas del manjar español en un palito de pan. No había acabado de degustarlas cuando la camarera, cual buitre hambriento, se lanzó en picado hacia el aperitivo y levantó los triángulos de queso de la mesa, llevándolos hacia un destino fatal.
- Qué pecado - dije.

carta a ninguna parte

miércoles, 19 de noviembre de 2014 a las 5:55
Los dos vais a ser felices. No sé cuánto tardaréis en sellar lo vuestro, igual que yo aún no sello esta carta sin destinatario. Dentro, solo un mensaje: la página que he pasado en algún momento. Decidí que era hora de dejar de compadecerme de un pasado que ya no puedo cambiar, y ocuparme del futuro. De verdad. Sin ti en el horizonte, donde estuviste desde que te conocí. La casualidad de mi vida.

Digo adiós como lo digo últimamente, desde que me hice adulta: en silencio. Me voy sin mirar atrás, sin dejar rastro. Encontrarás aquella parcela verde que te guardaba en mi corazón vacía. Solo crecen flores allí, y lo sabes. Sobre el cadáver brota la vida. Allí esta la tumba de un amor que construimos sobre ruinas. El escondite donde me derrumbé tantas noches, esperando un ideal que no existía.

Prefiero no recordar las horas perdidas, los celos irracionales, la soledad de la pareja ausente. Prefiero olvidar los versos de Quique, las sonrisas embelesadas, la adolescencia del veinteañero que todavía eres. Por poco tiempo. Los dos vais a ser felices, como lo sois ahora. Y un día caminaréis lejos hacia una vida que un día soñé para mí, sola, en mi cama. Es mejor soñar la vida con quien compartes la sábana.

Yo lo sigo intentando, pero nunca recuerdo nada. Mala memoria, inconformismo, o la mediocridad que me tiene atada. Sea como sea, ya no es asunto tuyo. Ahora tienes a otra persona en casa. Otra persona. Y casa. ¿Recuerdas la última vez que intentaste besarme? Yo tampoco. Dicen que es un mecanismo para superar los traumas, yo lo llamo... pasar página.

Y si un día despiertas y el sueño te sabe a pesadilla, recuérdame. Acuérdate de mí, e inténtalo de nuevo. Quizás siga esperando a que me hagas todo lo feliz que pudiste hacerme hace tiempo. Todo lo que no pudiste hacerla a ella. Quizás siga esperando a que me recojas en una estación de Suecia. Y a que no vuelvas a irte de mi lado. O quizás sea tarde para construir en nuestra parcela. Quizás ya sea todo historia. Y aquellos acordes de guitarra sobre la arena... bajo las estrellas.

agua

miércoles, 12 de noviembre de 2014 a las 2:44
De los días en la playa,
las noches en el agua
esperando al olvido,
poco a poco, sin querer
yo me oxido.

Tenue desgaste,
el del barco hundido
que un día soltó lastre
sin haber medido
la magnitud del desastre.

Y yo aquí sigo,
soñando contigo,
nadando sin causa
y sin ver un final;
perdida en el agua.
lunes, 3 de noviembre de 2014 a las 7:06
Quiero escribir tus noches en blanco con mi letra. Con la peor caligrafía posible, el carbón emborronado, como si te contara mis penas después de una noche de champán y sonrisas burbujeantes. Quiero dejarte mi huella de carmín en la copa, las cenizas esparcidas en la mesilla, mi ropa vistiendo tu silla. Y cuando se te cuele la luz por la ventana y acaricies tus sábanas, recuerdes que lo nuestro es más que palabras.

motel

sábado, 1 de noviembre de 2014 a las 23:20
Me llevó a un motel de ciudad escondido en el centro. Era de madrugada y nos atendió un señor bajito, con batín y pantuflas. Solo tenía cuatro años más que yo, pero parecía que llevaba haciendo aquello mucho tiempo. Quizás lo aprendió en otra vida, rodeado de cortesanas y vino. Me relamí los labios manchados de tinto agrio. El dueño del hospedaje tampoco pareció inmutarse ante la espontánea petición. Las escaleras de caracol nos llevaron a una habitación pequeña y mal iluminada, con algunos artículos de baño que habían dejado otros inquilinos efímeros como nosotros. La cama crujía, y preferí ignorar la experiencia que acumularían sus muelles. En cambio, fui consciente de la experiencia que soportaban mis huesos, apenas responsable de una fisura, ni un arañazo. Frente al espejo me di cuenta de que el tiempo había no había pasado en vano, ni por su cuerpo ni por mi mente. Pero seguíamos igual de lejos.


El barrio

martes, 9 de septiembre de 2014 a las 2:41
Manu apura la última calada entrecerrando los ojos, lentamente. El extremo del porro se ilumina como un semáforo en rojo: prohibido atropellar ese momento de tensa calma. Sus turbios pensamientos abrazan el oleaje de oxígeno aliñado con veneno, y decenas de gotas saladas salpican las interminables piernas de Lucía. Manu imagina la espuma evaporándose sobre los muslos dorados de la chica que habla por el móvil frente a él. Algunos mechones castaños se derraman sobre su espalda. Continúa recorriendo con la vista su silueta de adolescente hasta el suelo, donde la colilla que acaba de pisar yace a sus pies. Solo es otra mancha negra, indistinguible entre la suciedad que asfalta ese paseo, entre el sinfín de polvo que ha ido cubriendo el barrio con los años hasta ensombrecer incluso su cielo azul. Lucía no se había despegado del móvil en toda la tarde, pero Carlos llevaba una china de diversión en el bolsillo para escapar del tedio de septiembre.

No quedaban muchos días para volver a la rutina de siempre. Madrugar, sentarse en el pupitre y rellenar páginas pautadas copiando lo que decían cuatro libros hasta ganar un aprobado varios meses después. Pero su vida era lo que quedaba fuera de aquellos libros. ¿Qué necesidad había de estudiar las vidas de otros cuando estaba escribiendo la suya propia? Cuando podía elegir a la chica protagonista de entre muchas candidatas, hacer que sus amigos cometieran locuras como si dispusiera de una varita mágica e incluso quemar la página con el fuego de su mechero si no le gustaba el resultado. La vida era lo que ocurría al sonar la campana y dejar la mochila en casa, al bajar al banco del parque y reunirse con Carlos, con Damián, con Luis o Álex. Cualquiera quería sentarse a su lado.

Y él prefería aquel banco a la mesa del salón donde cenaba cada noche, acompañado ocasionalmente. Su madre llegaba tarde de la peluquería donde se mataba a trabajar, y al llegar solo le apetecía comer algo preparado, ver la tele y dormir. No recordaba la última vez que había visto a su padre, quizás dos semanas. A mamá no le gustaba que fumase pero a él le parecía una incoherencia que su madre intentara prohibirle algo que hacía a todas horas. Al salir de casa, al salir del instituto, podía tocar lo que tanto ansiaba: libertad. ¿No se daban cuenta los adultos de que las jaulas solo servían para mantener a las bestias así, como bestias?

Carlos tenía la mirada perdida en la esquina de la calle. Una chica que no conocían la había girado y ahora cruzaba el paso de cebra hacia ellos. "Hasta luego", le dijo. Lucía seguía sin hacer ni puto caso y se iba a hacer la hora de volver a casa. La chica ni lo miró, también andaba absorta en su móvil. ¿Es que ninguna podía hacerle caso? ¿No podían dejar el móvil para otro momento? "¡Fea!", añadió, siguiéndola con la vista. Para su sorpresa, la chica le soltó un "gilipollas". Manu levantó la vista y rápidamente le contestó: "¡Tus muertos!".  Ninguna fea iba a insultar a su amigo e irse de rositas. Por eso todos querían estar con él, por eso Manu era el mejor amigo de sus amigos: los protegía a la vez que podía contar con ellos para lo que quisiera. Pero el telón de la noche cubrió la tarde y otra vez tenía que volver a casa, a cenar algo recalentado al microondas. Y a aguantar otra mañana...
martes, 19 de agosto de 2014 a las 1:38
Y si esto era pasar página
Prefiero volver a caer
En el sueño profundo
De una noche de marzo

Allá donde la fábula
Tropieza en tu encanto
Y el príncipe olvida
Que no puede querer

Y yo, alegre y sola
Me marcho cantando
A perder un zapato
Bajo tu atardecer

Pero no está tu gato
Y sin ti me resbalo
No vas a ser tú
Quien me enfunde los pies

Aún sigo soñando
Que un día lejano
Una noche, tal vez
Escribirás con tu mano

A la luz de la luna
Con el fin de los años
El inicio, la ternura
Que promete un The End


objeto de deseo

jueves, 31 de julio de 2014 a las 1:41
Lo miré con la fuerza iracunda de quien desea ganar a toda costa, de quien prefiere morir ahogado de ambición a vivir en la mediocre superficie. Lo miré y su piel brillaba como un lingote de oro ante mis ojos: curtida, oscura, perfecta. Lo quería, lo ansiaba, se lo robaría a aquella mujer que osara llevarlo del brazo sin mi permiso: era mío, estaba hecho para mí, no podía pertenecer a nadie más. Él sería capaz de cargar con todas mis manías y secretos y guardarlos con celo, lejos de manos ajenas. Confiaba en ello.

Así que un día no pude aguantar más: lo agarré en volandas y me encerré en el probador con él. Juntos, ante el espejo, formábamos la estampa más bella jamás creada. Estaba alarmado, pero lo solucioné rápido con la gracia de un imán. Cinco minutos después, huimos y nos perdimos entre la multitud de la calle.

Me voy, me fui

miércoles, 23 de julio de 2014 a las 1:06
Yo me había perdido siguiendo a Nacho Vegas, y en el camino me encontré a otro poeta. O me encontró él a mí. Sea como sea, cavamos nuestra zanja, las manos llenas de tierra, el humo de los cigarros al amanecer... y las flores que me guiaron, las flores del mal, ya siempre harán perdurar su fragancia en mi memoria. La dulzura de las espinas ha dejado cicatrices que nadie puede ver. Douce. Háblame en francés, espérame en la habitación del motel más cutre, en la mesa más al fondo del peor tugurio. Te seguiré buscando en las horas oscuras para perderte con las primeras luces. Y solo deseo alargar los minutos entre las sábanas para dejarme atravesar de nuevo por tu fantasma. Después te volverás a desvanecer. Sigamos acumulando kilómetros y años y encontrémonos de viejos, en un banco, para confesarnos cómo hubiera sido todo si hubiésemos querido: tú a mí, y yo a ti. Me despojo del apellido que me ha acompañado desde que nació mi memoria y el lastre flota en el aire como una pluma. Volaremos lejos. Tenemos el infinito. Un poco de física y un poco de casualidad. Quizás, algún día. Quizás.
viernes, 13 de junio de 2014 a las 2:21
Tengo una munición inagotable. Balas de agua, relucientes y saladas. A veces aprieto el gatillo de mi tristeza. Más de un sentimiento ha caído. Pequeño, mediano, grande, no importa. Y lo más curioso es que siempre acabo yo herida. Y la sal escuece.

Sin identidad

martes, 27 de mayo de 2014 a las 22:57
Hace tiempo leí una entrevista a una directiva de Twitter -si no recuerdo mal- en la que anunciaba que se tomaba un tiempo sabático. No era porque estuviese cansada, ni le fuera mal el trabajo. Simplemente, había perdido su identidad. Se había pasado tanto tiempo respondiendo al nombre de Fulanita de Twitter, o Fulanita de Yahoo (su trabajo previo), que había dejado de ser Fulanita con sus apellidos. 

Hace unos meses que empecé a trabajar, compaginándolo con mis estudios. Y estoy agotada: es la verdad. Yo he elegido mi camino, pero es difícil a veces caminar cuando no sabes quién eres. Me he pasado, como la mayoría de mi generación, toda la vida siendo una estudiante. Para algunos quizás solo sea una condición temporal, fácil de separar de la propia identidad. Pero otros nos hemos tomado tan en serio el papel durante estos años -durante toda la vida- que ahora, al acabar y lanzarnos a esa piscina que es la vida de no-estudiante, es como si nos perdiéramos en el limbo. ¿Qué somos?

Imagino que hace años les pasaba lo mismo a nuestros padres, o a aquellos que marcaron la primera línea de estudiantes en la familia. Pero no, no era lo mismo. Eran otros tiempos, en todos los sentidos y con sus circunstancias. Las nuestras, hoy, tienen que ver con un entorno digital. Estamos presentes en numerosas redes sociales. Sí, somos un nombre y apellidos con foto en Facebook, twit en Twitter, currículum  en Linkedin. Pero ¿qué es todo eso? Y es más, ¿qué seríamos en la vida real si no existiera Internet? Para algunos es complicado imaginarlo: Internet es una extensión de nuestro cuerpo. 

Hemos entablado amistades y amores por internet, los hemos mantenido, los hemos roto. Nos miramos en la pantalla como si fuera un espejo pero, igual que en éste, no podemos vernos tal y como somos. Existe una cierta distorsión. Una vez leí que cada vez que te mirabas en un espejo, perdías un pedacito de alma. ¿Nos queda algo? ¿Seríamos capaces de ser nosotros mismos, de recuperar nuestra identidad, lejos de pantallas?

Me apetece averiguarlo.
sábado, 24 de mayo de 2014 a las 1:29
Paciencia.
Afecto.
Espacio.
Tiempo.
La felicidad se escribe en pasado.
domingo, 18 de mayo de 2014 a las 23:43
si hablamos de tu sexo
eras hombre;
si hablamos de tu género,
poesía

te leía con los dedos
la espalda escrita en braile,
historias de amores perros
y primaveras en el aire

y tú te dejabas,
como libro abierto
hoja en blanco, inmaculada,
ansiando que fuera a mancharte

esta noche no hay tinta
que me ampare
ni late la sangre
ahogándose en risa

solo queda el recuerdo,
la memoria empañada;
la esperanza enterrada
de volver a encontrarte

martes, 13 de mayo de 2014 a las 2:44
Cuando nuestras miradas se cruzaron por encima del paso de cebra no quise volver a mirar a otra parte. Me recibió con una sonrisa y un beso, su mano me invitaba a jugar. Todo corría a su cargo. No tuve más opciones, era un experto. Sus ojos verdes me hicieron jaque mate y acabamos haciéndolo como la primera vez, sabiendo que quizás era la última. Me dejaría ganar de nuevo, sobre el tablero, para perderme sobre su cama. Espérame. Tu reina todavía quiere mover ficha.
martes, 6 de mayo de 2014 a las 1:23
Todo aquello que te hace sentir viva te va matando poco a poco.
domingo, 4 de mayo de 2014 a las 19:51
Pasó de romper corazones a romperse la cabeza para reparar el suyo propio.
jueves, 24 de abril de 2014 a las 0:54
No sé a dónde lleva este camino. He seguido el rastro de la mala hierba, dando la espalda a aquel que me ofrecía flores. Tal vez porque sé que aquello que nunca muere no dolerá tanto como ver caer los pétalos marchitos que un día fueron color brillante bajo las gotas de rocío, fragancia dulce de noche de verano, vigor de savia y tierra, espinas que escuecen al contacto con la piel. O no. Tal vez solo quiero perderme, correr directa hasta el acantilado y sentir que el vacío no estaba solo dentro, también ahí fuera. En alguna parte y en ninguna, entre mi cuerpo, tu cuerpo, el cielo y el suelo.
domingo, 20 de abril de 2014 a las 4:30
Apenas eran las 5 de la madrugada y la luz ya alargaba sus brazos, arrancando estridentes cánticos a los pájaros y abofeteándome para despejarme después de una noche en vela. Me di la vuelta, escapando de la realidad. Pero aquellos pájaros no se callaban.
domingo, 13 de abril de 2014 a las 1:19
Me dijo que nunca solía cerrar la ventana. La luz de la noche caía sobre su cama. Encendió una vela y la dejó sobre la estantería. Las sombras bailaban junto a nuestros cuerpos. Alargadas, entrelazadas, misteriosas. Lamí su piel bañada en ámbar brillante, sus hombros esculpidos en oro. El titilar de la llama se movía al compás de mis caderas sobre él. La respiración acelerada, el jadeo contenido, el temblor del alma. Y entonces, suspiré. Y nos perdimos en la oscuridad de su habitación.
sábado, 5 de abril de 2014 a las 20:34
pasamos de ser miedosos frente a una hoja en blanco a temerarios frente a una pantalla
martes, 1 de abril de 2014 a las 1:21
Tengo miedo de cerrar los ojos, soñar y volver a enamorarme de él. Que la realidad ha vuelto a ponerme al borde de otro abismo. El abismo de los brazos abiertos, los besos en el cuello, la sonrisa grande, la mirada limpia. Y si me caigo en el vacío oscuro de esos ojos nuevos quizás olvide el verde de aquel prado en el que maullaba mis ausencias mientras fumaba. Que no sé qué miedo prefiero, el de resignarme a echar de menos en la cama con la esperanza de recuperarlo mientras duermo o al de lanzarme a vivir y dar con mis huesos al fondo de ese barranco que tengo por corazón.
sábado, 29 de marzo de 2014 a las 2:32
Carlos fumaba junto a la ventana. Las cortinas flotaban en el aire, como buscando su figura para acariciarla. Pero no había más que una gran ausencia sentada en su silla de los atardeceres. Una vez escribió un poema mientras me esperaba, fumando, en ese mismo lugar. No recuerdo qué decía. Pero inmediatamente el cielo rosado que él observaba a través del humo invade mis sentidos. Me convierto en él, anhelándome mientras llego. El gato me mira con sus ojos verdes y me pregunta en silencio por qué no le hago caso, a quién espero. A ella, Tarque, la espero a ella.
Me espero bastantes veces más. Me esperaba de noche, me abría las puertas de su casa y las sábanas de su cama. Yo siempre huía al amanecer, como un sueño que recuerdas bello, feliz, al despertar, pero cinco minutos después se ha desvanecido como si nunca hubiera ocurrido. Me tocaba, aunque solo fuera con unos centímetros de su piel. Se fumaba su cigarro de dormir y se dormía. Yo me quedaba despierta, respirando su presencia, inspirándome en la suavidad de su piel desnuda. Lo acariciaba sin que él se diera cuenta, a sus espaldas. Me parecía irreal que mi cabeza estuviera a cinco centímetros de la suya y no fuera capaz de escuchar mis pensamientos gritándole que lo quería, que se despertara y que me prestara atención. A veces la impaciencia me podía y lo zarandeaba hasta que se giraba. Él no se molestaba, me trataba como a una niña pequeña que quiere jugar. Pero no era la hora del recreo, y se volvía a dormir al poco. Y yo volvía a gritarle en silencio que quería que me mirase, que solo me mirase a mi, y que se atreviera a decirme te quiero fuera de aquellas paredes, que me cogiera de la mano y me paseara por las calles, que me sentara a su lado en el bar con sus amigos, que soñara conmigo y con una casa de madera en un bosque remoto.


En el fondo, se atrevió a hacer algunas de esas cosas. Se atrevió a decirlo, a cogerme de la mano, a llevarme a un bar, a hablar de mí. Probablemente también soñó conmigo alguna vez. Pero hoy vive en un bosque remoto, y yo no estoy allí. Mantuvo su palabra: me voy a ir después de verano. Se fue, me fui. Volvimos. Nos volvimos a ir. Rehicimos nuestras vidas, a pesar de haberme deshecho en lágrimas y noches en vela. Me prometí que no más poetas embaucadores porque solo había uno, y era él. Durante un tiempo creía haberlo sepultado, pero su mano invisible surgió de la nada con un papel arrugado con sus poemas y lo eché de menos. Y lo volví a querer, aunque no lo podía tener, aunque nunca lo había tenido.
lunes, 24 de marzo de 2014 a las 0:28
Doblamos nuestro amor, rojo intenso como las amapolas, suave, cortito, de esos que te vienen a ras del ombligo y te hacen cosquillas en la cintura cuando te mueves. Lo doblamos cuidadosamente y lo guardamos en una bolsa con cremallera, envasado al vacío. Parecía tan pequeño e insignificante visto así. De puntillas, para no hacer ruido, le dimos un empujón hasta esconderlo en el fondo del altillo. Lejos del polvo y todas aquellas inclemencias meteorológicas que lo estaban estropeando, quizás aguantara otra temporada. Quizás, cuando lo rescatáramos pasado un tiempo, se llevara más (y mejor). O quizás se nos olvidara allí, en lo alto, a donde nadie puede llegar si no es con unos brazos que te aúpen.

suárez

domingo, 23 de marzo de 2014 a las 18:25
Acababa de morir Adolfo Suárez y en la calle se respiraba la calma chicha de todos los domingos. Yo dejaba que el sol me pintara pecas en la cara mientras pensaba que no sabía nada. Al otro lado del cristal, el telediario público había sido engullido por un destartalado homenaje a la figura del primer presidente de la transición. Mi madre decía que tenía buena planta, mi abuela que era carismático. Mi padre opinaba que el cava rosado de la semana pasada sabía a vino barato. Todo me resultaba lejano, intangible, de otro mundo. Podría juntar todas las palabras de los libros y entenderlo, pero no había estado allí. No era mi historia. Sí la de mi país. Ahora mismo se construía otra historia. Poco a poco. ¿Cuál? Hasta dentro de años no lo sabría nadie, por muchos expertos que se abrieran paso con sus teorías para luego reclamarlas si la suerte estaba de su parte. El mundo se había convertido en una peonza que giraba sin parar hacia un lugar desconocido. Volví a bajar la vista y seguí leyendo el periódico de aquella mañana, de portada obsoleta por tan solo unas horas.
viernes, 21 de marzo de 2014 a las 14:35
te deseo en futuro
te quiero en pasado
te recuerdo en presente

y voy haciendo de cada tiempo
letra a letra, verbo a verbo,
el amor más imperfecto.
martes, 11 de febrero de 2014 a las 20:43
Me gustaría pedir un café fuerte, muy fuerte, para darte una pista de lo que quiero hacer contigo en la oscuridad de tu habitación. Pero no me gusta el café, así que le digo al camarero que me ponga un té verde y rezo con todas mis entrañas para que no se te den bien las metáforas, en cualquier caso.
jueves, 6 de febrero de 2014 a las 22:40
Sé que no me esperas. Yo a ti tampoco. Nos hemos dado por vencidos. Nos ha vencido la indiferencia. O la impotencia. Te imagino fumando junto a la ventana. Ese eres tú. Yo escribo, otra vez, en la cama. Vacía. Como tus pulmones cuando exhalas esos suspiros cargados de olvido. Dejamos la vida pasar, las zapatillas cada vez más gastadas, el corazón intacto. Tus huellas dactilares se conservan en el lugar del crimen. Tu rastro de pecado sigue indeleble.

Pienso en las cosas que no me gustan, y la lista es tan larga que es más fácil pensar en las que me gustan. Y tampoco. ¿Tú? Sí, pero a medias. ¿Y cosas que me entusiasmen? Siento la impetuosa necesidad de hablarte, de preguntarte y que me des una idea. La descarto rápido. No, tú no. Tú no me entusiasmas. Déjalo. Déjate ir, déjame.

Pero cuánto me gustaría que estuvieras aquí esta noche, dándome la espalda bajo la manta.
domingo, 26 de enero de 2014 a las 1:23
mi inocencia se fue y
tú te quedaste dentro

recuperé mi cuerpo
pero permaneces

como un tatuaje
marcado a fuego
lunes, 13 de enero de 2014 a las 23:36
Ella soñaba con un invierno eterno. Sonrisas escondidas tras bufandas, la mirada del sol bajo un gorro de lana. El crujir de la nieve al pasear, y su vaho acariciando el suave cuello de él. Ella soñaba con un frío indeleble que le obligara a invitarla a un café, a sentarse junto a una ventana con vistas a todas las cosas que no importaban. Él y ella, un café, una mesa y una ventana. Después, poco a poco, el café pasaría a ser chocolate y la cafetería, algún lugar acogedor con una chimenea ante la que calentarse los pies. "Tienes un poco de chocolate ahí", le diría él. "¿Dónde?", le diría ella con el fuego reflejándose en sus ojos brillantes. Y con una súbita ola de calor ascendiendo por el cuerpo y la oscuridad de la noche escondida tras las cortinas, él no diría nada más. Tan solo se acercaría y la besaría suavemente. "¿Ya?", le urgiría ella. Y, sin saber si la urgencia era por una cosa o la otra, él sumergiría sus dedos entre el pelo de ella y volvería a hacerlo. Los dos, fundidos a una temperatura superior a la del chocolate, endulzando ese invierno sin fin que nevaba todos los días sus pensamientos.

Pero él no existía. O sí. Y vivía en un eterno verano, lejos de allí, lejos de ella. Inalcanzable.
martes, 7 de enero de 2014 a las 23:42
Los polos opuestos no se atraen. Los polos opuestos chocan, se refriegan, y acabarían hechos pedacitos si no llegaran unas manos ajenas que los separan.

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