cuando todo era sencillo

viernes, 8 de marzo de 2013 a las 3:24
La luz atravesaba las cortinas verdes. Tras ellas, el horizonte verde cubierto de algodones. Las puertas de colores y los diez pisos que nos acercaron más que separarnos. Sacar mi bici de la jaula y conducir hasta el lago. Cambridgelaan sumido en la niebla, mojado, soleado, oscuro. Cazar conejos con la cámara mientras los patos comen hierba. Todo recto, a la derecha. Wilhelminapark, Burgemeester Reigerstraat. El Albert Heijn, una bici abandonada y una farmacia abierta. La primera calle del primer día, con sus pubs pequeños y sus holandeses grandes. El conejo de Donnie Darko que vigila Neude y que inspiró un disfraz. Vredenburg y los andamios que reúnen quesos, también de carne y hueso, los sábados por la mañana. Los poemas y los pumas, los poetas y los depredadores, dos caras de una misma moneda azul que acaba convirtiéndose en una leyenda. Hoy vuelvo pronto, que mañana tengo clase, y acabar cerrando. Bonita, preciosa, paseos de la vergüenza sin un mapa a mano. El sol del mediodía. Mr. Polska no es polaco y enseña holandés. Mujeres y Hombres y viceversa como hilo musical. Sentarme en el escaparate a mirar. ¿Estudiar? Sí, claro. Bajar al Spar y sentir que entras en una discoteca. Volver. Las uñas repiqueteando sobre mi puerta. Sudadera gris. Ropa en el suelo. Dos cuerpos contra la misma puerta. La mesa donde lo invité a desayunar. Y a comer. Y a cenar. Y al postre. Pancakes en el balcón mientras se pone el sol. El ocaso de cinco meses. Esperar quieta a que se mueva inconscientemente hacia el sueño. Despertar. Sola. Un vuelco al corazón. Los ojos inundados. Es hoy. Aquí estaba la bifurcación. Un adiós de oso solitario desde las alturas, una mano que saluda desde el coche. Se detiene ligeramente y elige uno de los dos caminos. Hacia la izquierda. Y desaparece de mi vista. Adiós...

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