viernes, 3 de junio de 2016 a las 0:23
Le habían dicho que la vida no era un camino de rosas, pero tampoco se alejaba mucho. De vez en cuando pisaba espinas que se le clavaban más y más al continuar. No se amaba igual a los 15, que a los 18, que a los 25. Su amor adolescente se había despilfarrado en vano. Recordó sus páginas de diario, escritas con la excitación de quien comienza algo. Por aquel entonces, contaba inconscientemente las horas y los días desde que había transcurrido un beso. Las sensaciones y las miradas codificadas que adquirían nuevos significados tras el lenguaje de la intimidad. La intimidad. Los cristales de un coche empañados al amanecer, la impaciencia camuflada de buenas intenciones. Le dolían tanto las espinas...

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