Marjolein III

jueves, 11 de julio de 2013 a las 13:56
Quería verla con mis propios ojos. Quería saber si el paso de los años había hecho mella en sus cartucheras o si era cierto que las cremas de más de cien euros te mantenían eternamente una cara de veinteañera. Urdí mi plan aquella noche, mirando a oscuras a lo que debería ser el techo, pero imaginando cómo se paseaba Marjolein por delante del despacho de Pat y le lanzaba miraditas. Luego se despedían a la puerta como si nada, pero un campo electromagnético de tensión sexual lanzaba rayos entre un guiño y una despedida rápida con la mano.

Me vestí con la ropa más actual que tenía. Unos vaqueros en color crudo y una blusa en coral. Collar dorado de las rebajas y las únicas sandalias de cuña que tenía. Me pinté los labios y, repeinándome con las manos, salí de casa aferrada a un bolso más grande que mi cafetera Dolce Gusto.

14.30. Aparecí doblando la esquina, justo a tiempo para cazar el momento. Pat y Tobias charlaban con ella a las puertas de la oficina. Los dos apuntaban con todo su cuerpo hacia ella. Bueno, esperaba que no con todo el cuerpo, pero sí con el visible. A ella se la veía visiblemente halagada y su sonrisa blanca de dentista profesional me deslumbraba los ojos. Me paré un instante, dudando de sopetón sobre lo que debía hacer.

Pero era tarde. Pat me vio enseguida. Su semblante cambió: de distraído a sorprendido. Después, enarcó las cejas y sonriendo, me llamó.

- ¡Sara!

Me acerqué, no había vuelta atrás. Pat solo tenía ojos para mí, pero mis ojos se turnaban entre él, Tobias y la mirada indiscreta de Marjolein. Me miraba de arriba abajo y, para mi deleite, su cara dentadura se había apagado en una sonrisa forzada a boca cerrada.

- ¡Hola, cariño!

- ¡Estás preciosa! - dijo. Y deseé con todas mis fuerzas que no preguntara a dónde iba, o por qué me había arreglado tanto. Así que antes de darle tiempo, contesté:

- Gracias. Quería darte una sorpresa... - ¿qué estoy haciendo?, pensé, sin que se me ocurriera una excusa creíble. No era nuestro aniversario, ni había ocurrido nada relevante. Entonces intervino ella.

- ¿Sara? - la miré con la sonrisa enorme, como si fuera un anuncio de su dentista. Congelada. No podía darse cuenta de la tensión que se apoderaba de mi, ella no.

- ¿Marge? ¡Qué fuerte! - seguí a rajatabla la descripción de "cara de sorpresa" que aparecía en mi libro sobre lenguaje corporal y abrí mucho los ojos y moví los brazos. - ¿Qué tal todo? - pregunté.

- ¡Sí! - ella también sonrió sorprendida - Muy bien, estoy visitando a Tobias para un reportaje - miré a Tobias, como si me acabara de enterar de todo - llevamos unos meses saliendo.

- ¡Oh, eso es genial! Me alegro.

- ¿Y tú qué tal? No te había visto nunca por aquí, ¡quién lo diría!

Intenté obviar su comentario de harpía y solo se me ocurrió mirar a Pat y decir:

- Hoy es un día especial...

- ¿En serio? ¡Joder, sí, hoy es nuestro aniversario! - yo lo abracé, entusiasmada. Nos besamos.

Pero mientras lo abrazaba, lo supe: algo estaba ocurriendo. Nuestro aniversario era dentro de cuatro meses.

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