Paseo

lunes, 29 de junio de 2015 a las 5:35

Desde que Carrie Bradshaw había hablado sobre él en Sexo en Nueva York, miles de mujeres pensaban en el “paseo de la vergüenza” como en una pasarela de moda con el atractivo de lo decadente. Se imaginaban volviendo a casa al amanecer, aún subidas en sus tacones de aguja y recién vestidas con un favorecedor modelito que habría dormido esa noche en el suelo, junto a la cama del hombre guapo que conocieron en el bar. Dana era una de ellas hasta que cumplió 17 años y se descubrió, un domingo por la mañana, exudando todos los martinis que su sonrisa (eso le habían dicho) le había ahorrado pagar en un antro lleno de cuarentones desesperados. Eran los últimos días de junio y el termómetro marcaba 35 húmedos grados a la entrada del hotel barato donde la había llevado aquel arquitecto veinteañero (eso le había dicho). Después de un minuto de besos tras la puerta y cinco de acción, contados con reloj, el muchacho profirió un balbuceo de ebrio triunfo y dejó caer su peso muerto sobre ella. Por suerte, pudo quitárselo de encima y descansar con dificultades hasta que, alarmada, se dio cuenta de que eran las 11 de la mañana. Se peinó con las manos y cerró la puerta rápido para no recordar (ni agravar) aquel primer fracaso de su lista. En el espejo del ascensor, bajo una luz amarillenta, se encontró con una chica con el maquillaje cuarteado, las greñas alborotadas y el vestido lleno de arrugas. Las dos exclamaron a la vez: “Joder”. A Sarah Jessica Parker le pitaron los oídos.

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