jueves, 2 de julio de 2015 a las 6:44
Quiero guardar este momento, con el que he soñado miles de veces, en la memoria pero sé que se desvanecerá un día u otro. La luna llena enciende la primera noche de julio en Brickell. Un camino de plata atravesaba el mar negro que se extiende frente a mi ventana, en un piso 12 sobre la bahía de Biscayne. Pensaba quedarme en casa y salí a última hora, pesarosa, incapaz de apreciar la claridad del cielo que se esconde tras los rascacielos. Ni de ver los árboles que tapan el bosque. Lo hice, y me encontré con personas que he ido conociendo a lo largo de estos meses. Mi rumbo cambió por completo gracias a ellas. Sin embargo, mis rarezas a veces me guían por otros lugares y cada vez las he visto menos. El caso es que hace años que no me regalan algo, que no recuerdo celebrar. No ha sido una celebración propiamente dicha pero me han mostrado afecto. Han pensado en mí. Y me gustaría guardar este momento para disfrutarlo cuando aprenda a disfrutar de las cosas, ya que ahora solo soy capaz de fijarme en mis errores y en cómo podría haberlo hecho mejor. Era un regalo por mis 25 años, o por mi despedida, pero en cualquier caso todavía me quedan muchos años para crecer y hacerme mayor.

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