miércoles, 24 de diciembre de 2014 a las 1:02
El invierno trae consigo una nostalgia familiar, amarillenta, como de luz de farola despierta en la noche. Es ley que haga frío cada diciembre aquí. Y que te preguntes qué habrá sido de aquellos cielos que se fundían con el mar en tiempos pasados y en lugares por donde no pasa el tiempo. Hay escondrijos que esquivan el baile de las estaciones y te encandilan con veranos interminables, tan solo hace falta echar unas horas atrás las manecillas del reloj. Pero aquí, ahora, donde es siempre (demasiado) tarde, sabemos que nada es eterno. Y que en las calles sembradas de farolas, cuando la ciudad duerme, retumban todos los pasos que se alejan. ¿Hacia dónde? Quién sabe. Quizás a otro de esos lugares perennes al paso de los años. O quizás, simplemente, al olvido.

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