suárez

domingo, 23 de marzo de 2014 a las 18:25
Acababa de morir Adolfo Suárez y en la calle se respiraba la calma chicha de todos los domingos. Yo dejaba que el sol me pintara pecas en la cara mientras pensaba que no sabía nada. Al otro lado del cristal, el telediario público había sido engullido por un destartalado homenaje a la figura del primer presidente de la transición. Mi madre decía que tenía buena planta, mi abuela que era carismático. Mi padre opinaba que el cava rosado de la semana pasada sabía a vino barato. Todo me resultaba lejano, intangible, de otro mundo. Podría juntar todas las palabras de los libros y entenderlo, pero no había estado allí. No era mi historia. Sí la de mi país. Ahora mismo se construía otra historia. Poco a poco. ¿Cuál? Hasta dentro de años no lo sabría nadie, por muchos expertos que se abrieran paso con sus teorías para luego reclamarlas si la suerte estaba de su parte. El mundo se había convertido en una peonza que giraba sin parar hacia un lugar desconocido. Volví a bajar la vista y seguí leyendo el periódico de aquella mañana, de portada obsoleta por tan solo unas horas.

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