Dificil

sábado, 7 de abril de 2012 a las 23:52
20 personas en una subasta de Sotheby's. Entre todas ellas, suman una fortuna mayor de la que serás capaz de reunir en toda una vida de trabajo duro. Una obra de arte, pongamos Klimt. Es dificil. Por su aspecto, deduces que es valiosa. Y por su prestigio, y lo que dicen de ella. Te atrae irresistiblemente. Es dificilísima de conseguir, algo inalcanzable para ti. Ellos pueden pujar y quedársela sin mucho esfuerzo en cuestión de minutos. Lo intentarán, forcejearán verbalmente contra los números de quizás tres o cuatro competidores. Se la llevará uno, y los demás olvidarán automáticamente que la querían cuando vean otra, pongamos, de Van Gogh. Quizás incluso la olvide automáticamente al conseguirla quien se la ha llevado.

Y ahí estás tú, en una esquina, observando sin ser observado, porque ni siquiera estás allí. Ellos pueden  y realmente no quieren. Tú quieres y no puedes. Desearías cambiar de posición, cambiarte por ellos. Pero no, lo único que deseas, en el fondo, es esa obra de Klimt. Sería lo más preciado de tu vida. La pondrías en un altar y la venerarías antes de dormir. Le quitarías el polvo, le hablarías como a una compañera. ¿Y ellos? Ellos la colgarán en algún rincón recóndito de una mansión del tamaño de un centro comercial. Y ahí quedará olvidada, entre otros tantos trofeos que demuestran su poderío. Una entre tantas.

Entonces se te ocurre la mayor locura del mundo, pero ya sabemos, l'amour est fou y tú amas a Klimt, tú te mereces tener esa obra, tú, que lo sabes todo sobre ella. Vas a intentarlo, aunque tengas que saltarte las normas. Es tan dificil, es tan imposible... que la recompensa te dejará satisfecho para el resto de tus días. Trazas un plan perfecto. Ese ricachón de Sotheby's ni siquiera notará que ha desaparecido una de las piezas de las 20 salas de exposición privadas que le compró a su quinta esposa.

Por fin llega LA noche. Equipado con tu pasamontañas oscuro y tus buenas intenciones, después de entrenar día y noche durante semanas, estás preparado para hacerte con ella. Tras saltarte todas sus medidas de seguridad y trucar el sistema, la tienes ante tus ojos. Grandiosa. Viva Klimt. La euforia no te deja respirar. Quieres tocarla pero te suda la mano. Menos mal que llevas guantes, por si acaso.

Y te la llevas, la llevas a casa y la dejas allí, delicadamente, junto al sofá. Te relajas y te predispones a pasar la noche de tu vida durmiendo junto a tu obra favorita de Klimt. Después de tanto esfuerzo, de tantos años estudiando Historia del Arte, de haber hecho acopio de fuerzas y haber cometido hasta un delito por ella. Es tuya. Lo has conseguido. No era imposible...

Te tumbas y la contemplas. Pero después de una hora, te recuestas y miras al techo. En los libros, los colores eran de otra manera. Y no te evocaba los mismos sentimientos. De hecho, allí, apoyada sobre el sofá, no te evoca ninguno. Y te preguntas, en silencio, con un enorme peso sobre los hombros: "¿y ahora qué?".


Imperfectamente | Powered by Blogger | Entries (RSS) | Comments (RSS) | Designed by MB Web Design | XML Coded By Cahayabiru.com