paz

jueves, 28 de febrero de 2013 a las 2:06
Nos sentamos en el bar de la esquina. Toda mi vida paseando por aquella acera y, por primera vez en más de veinte años, me paraba en ella. El aire hacía ondear los volantes de mi vestido de flores. Pedí una cerveza, él me imitó. Lo miré, interrogativa y curiosa. Hacía casi un mes que no me había vuelto a dejar verlo de cerca y ahora lo tenía ahí, sentado en el bar de la esquina de toda la vida, tomando lo mismo que yo. Me miró. Sonrió con ese característico suspiro entre dientes que no decía nada y a la vez decía todo. No me miró a los ojos. Rápidamente, dejó caer los párpados. ¿Qué había mirado?

- ¿De qué te ríes?

Volvió a mirar. Juraría que me había mirado los hombros, y eso me desconcertó. Una punzada de orgullo herido pedía en silencio que me mirara el escote. Me había puesto un vestido de tirantes veraniego, por el amor de Dios. Otra sonrisa falsamente tímida y otra caída de ojos. Después volvió a mirar sin tapujos.

- ¿Desde cuando llevas ropa interior blanca?

La pregunta me pilló por sorpresa. Miré instintivamente al punto que tanto le había llamado la atención. Bajo un pliegue junto a mi brazo, se podía intuir de soslayo un sujetador de encaje blanco. No tenía tirantes. Había sido agudo. Mi orgullo se relamió, satisfecho.

- Desde que voy en son de paz.

Lo miré a los ojos y dejé caer los párpados, sonriendo a la cerveza.

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