Apenas la conocía, pero aquella ucraniana de ojos azules de la habitación de al lado ejercía su poder de atracción incluso con ella, que era heterosexual. Recordó como comentaba con picardía que aquella noche había dormido con otra compañera para no estar sola. Y, en medio de una conversación, su llegada y su suspiro, con cara soñadora y cargada de bolsas, mientras decía: I love my new underwear.
En aquel momento era un polluelo que apenas conocía a aquellos seres de Marte. Ella, pese a ser menor, ya los conocía, digamos, a fondo. Pero sin resultar para nada vulgar. Aún le faltaban unos años para ser mayor de edad y sin embargo era una mujer, independiente y fuerte.
Años después, tras avanzar a su lento ritmo, la comprendió. Llegaba a casa con ropa interior nueva, colorida, sexy. Se sentía bien, se gustaba frente al espejo. El deseo era palpable, una consecuencia de su renovada seguridad en sí misma. Pero no tenía a nadie con quien compartirla. Y entonces, además, la admiró.
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Hace 5 años
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