martes, 7 de marzo de 2017 a las 18:23
Es un martes por la mañana en Patraix y, como siempre, me asombra la cantidad de gente que hay por las calles en horario laboral. En el Excel·lent Café, una camarera le dice a un señor con sombrero que ella ha vivido en muchos sitios, pero siempre será "de la terra". Unos metros más adelante, dos señoras cotillean en medio de la acera, obligando a los transeúntes a desviar su camino. Los viejos edificios del barrio toman plácidamente el sol, indiferentes al peso del polvo, el color desvaído de los graffitis y la melodía amortiguada del afilador. Nunca he vivido en estas calles, pero sé dónde está cada lugar. Veo el rótulo amarillo de Correos y entro con el corazón palpitando en las sienes. La llave hacia mi próxima aventura espera en una estantería, con la etiqueta de "urgente" en el envoltorio. Cuando la vida acelera así, la memoria graba instantes que en otras circunstancias te pasarían desapercibidos. "Esta es la belleza de la cotidianidad que estás a punto de perder, disfrútala", parece decir.

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