sábado, 4 de febrero de 2017 a las 1:37
Lo nuestro nació como lo hacen las cosas más importantes en la vida: por casualidad. Era esa semilla viajera que acaba brotando en el recoveco de dos parches de asfalto de una carretera en el desierto. Lo nuestro era una maldita planta salvaje que no se dejaba morir por las circunstancias, superviviente al pisoteo, a las insolaciones y las tormentas. Nunca había manos que la pudieran arrancar de cuajo si le quedaban suficientes reservas en la raíz. Quién lo hubiera dicho. Que me diría que quería besarme rodeados de gente una noche de verano, y yo me haría la loca. Que esas palabras encenderían una llama hecha a prueba de juegos olímpicos. Y que sus actos enfadarían hasta a los dioses del Olimpo. Pero aún así, después de todo, quedarían reservas en las raíces de la maldita planta salvaje. Quién me lo hubiera dicho.

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