lovebirds

sábado, 4 de julio de 2015 a las 6:37
Había decidido llamarlos the lovebirds. Era una pareja de pájaros poco común entre las bandadas de cuervos oscuros que merodeaban la bahía. Su plumaje de color tierra grisácea y su cola larga con una raya blanca los distinguían de la alevosa oscuridad de la mayoría. Con feroces graznidos, la pareja perseguía y se lanzaba en picado contra los invasores, no importaba si les doblaban en tamaño. Los había visto a lo largo de los meses mientras me bañaba en la piscina caliente, por la mañana o por la tarde. Siempre pensé que aparte de ser dos pájaros celosos de su territorio, debían de esconder algo en aquella pequeña parcela con palmeras. No dejaban que se acercara nadie y su inusual valentía, o temeridad, debía de picar la atención de las astutas aves que volvían y volvían a curiosear por qué no podrían posarse cerca de aquellas ramas, qué resplandeciente objeto digno de invertir su tiempo yacería allí. Puede que solo fueran algunos huevos, puede que fuera un nido, o quizás un trabajado botín, quizás todos los pájaros de aquí sean como los cuervos, o los humanos: todo lo que brilla embelesa los ojos del que mira.

Hoy, en la piscina, los he vuelto a ver. Llovía y yo estaba metida en el jacuzzi, sofocándome de cuello para abajo y disfrutando de la brisa y las gotas tropicales. Uno de los lovebirds volaba con las dificultades que solo un ave conoce: el agua moja, las plumas pesan, y por mucho que los huesos sean huecos, luchar por ascender es una batalla perdida contra las circunstancias. Pero, maravillosamente, no. Lo intentó dos veces y logró echar a un cuervo de los grandes que descansaba en una farola. Enfrente, su mujer hostigaba con caídas en picado a un pequeño grajo. Se movía como una abeja, o quizás como aquel colibrí verde, mágico, que confundí con un abejorro por su tamaño diminuto en el parque de los Twin Peaks. Es increíble la sensación consciente de saber que estás grabando un momento en tu memoria. Lo vi apenas levitando, ingrávido, a unos 15 centímetros de mi cuerpo, y recordé el momento infantil en el que aparecía un pokémon salvaje y raro en mi GameBoy. Esa es mi infancia: videojuegos y animales con alas.

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