lunes, 20 de abril de 2015 a las 1:17
Yo era una jodida fugitiva. No tengo claro si más jodida que fugitiva, o al revés. Pero ambas condiciones se perseguían la una a la otra y al final acabé escondiéndome en su guarida, un espacio lleno de luz en mitad de la noche. No sé por qué no lo he olvidado después de tanto tiempo, del paso de los años y el roce de los cuerpos y el desgaste de los labios. La claridad se colaba en su cama sin miramientos, cruda, desde aquella ventanita carcelaria junto al techo abovedado. Yo no necesitaba ver las estrellas desde allí, el me hacía verlas, me hacía reclamarlas con cada grito, con cada gemido, con cada suspiro inconsciente. El alargaba sus manos hacia mí y yo las alargaba hacia el futuro, para arrastrarme atrás en el tiempo cada vez que me sintiera miserable y vacía. Y para recordar que hubo momentos en los que me sentí llena, sentí que iba a explotar, ya no sé si de placer, de amor, de locura o de estupidez. Sospecho que de todo a la vez. Él entraba dentro de mí y yo solo deseaba encerrarlo allí dentro, empujarlo dentro de mi jaula, empotrarlo contra mis límites hasta que se me quedase toda la piel marcada con sus arañazos, sus huellas dactilares, sus mordiscos, su saliva. ¿Qué hacer cuando me arrastra el pasado pero no puedo traerlo al presente?

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