motel

sábado, 1 de noviembre de 2014 a las 23:20
Me llevó a un motel de ciudad escondido en el centro. Era de madrugada y nos atendió un señor bajito, con batín y pantuflas. Solo tenía cuatro años más que yo, pero parecía que llevaba haciendo aquello mucho tiempo. Quizás lo aprendió en otra vida, rodeado de cortesanas y vino. Me relamí los labios manchados de tinto agrio. El dueño del hospedaje tampoco pareció inmutarse ante la espontánea petición. Las escaleras de caracol nos llevaron a una habitación pequeña y mal iluminada, con algunos artículos de baño que habían dejado otros inquilinos efímeros como nosotros. La cama crujía, y preferí ignorar la experiencia que acumularían sus muelles. En cambio, fui consciente de la experiencia que soportaban mis huesos, apenas responsable de una fisura, ni un arañazo. Frente al espejo me di cuenta de que el tiempo había no había pasado en vano, ni por su cuerpo ni por mi mente. Pero seguíamos igual de lejos.


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