domingo, 13 de abril de 2014 a las 1:19
Me dijo que nunca solía cerrar la ventana. La luz de la noche caía sobre su cama. Encendió una vela y la dejó sobre la estantería. Las sombras bailaban junto a nuestros cuerpos. Alargadas, entrelazadas, misteriosas. Lamí su piel bañada en ámbar brillante, sus hombros esculpidos en oro. El titilar de la llama se movía al compás de mis caderas sobre él. La respiración acelerada, el jadeo contenido, el temblor del alma. Y entonces, suspiré. Y nos perdimos en la oscuridad de su habitación.

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