jueves, 6 de febrero de 2014 a las 22:40
Sé que no me esperas. Yo a ti tampoco. Nos hemos dado por vencidos. Nos ha vencido la indiferencia. O la impotencia. Te imagino fumando junto a la ventana. Ese eres tú. Yo escribo, otra vez, en la cama. Vacía. Como tus pulmones cuando exhalas esos suspiros cargados de olvido. Dejamos la vida pasar, las zapatillas cada vez más gastadas, el corazón intacto. Tus huellas dactilares se conservan en el lugar del crimen. Tu rastro de pecado sigue indeleble.

Pienso en las cosas que no me gustan, y la lista es tan larga que es más fácil pensar en las que me gustan. Y tampoco. ¿Tú? Sí, pero a medias. ¿Y cosas que me entusiasmen? Siento la impetuosa necesidad de hablarte, de preguntarte y que me des una idea. La descarto rápido. No, tú no. Tú no me entusiasmas. Déjalo. Déjate ir, déjame.

Pero cuánto me gustaría que estuvieras aquí esta noche, dándome la espalda bajo la manta.

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