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lunes, 18 de febrero de 2013 a las 2:33
Se me volvió a hacer de madrugada lejos de las sábanas. Lejos, en la intimidad de un vagón, la oscuridad empañando unos ojos color agua. Cerca, en la insolencia del tiempo, agua empañando mis ojos oscuros. Una última oportunidad mientras el vagón empieza a moverse. Su boca y la mía ya no se pueden alcanzar. Un dulce impulso me empuja a vocalizar tres palabras, allí, a menos de cinco centímetros de una ventana que amenaza con alejarse inminentemente. Y mientras la voz se me pierde en la garganta, él lee mis labios. Y su voz se pierde en el aire, el frío aire que me atiza mientras le digo adiós con la mano a su mirada de agua y a sus tres palabras.

Estoy sola en el andén, sola. De repente, la noche es gélida e inhóspita bajo la cruda luz blanca de los neones. La gente es gris bajo sus abrigos grises. Me limpio la cara. He llorado por la izquierda. El último vagón del tren nocturno se pierde en la lejanía. Subo las escaleras y mi última mirada cálida se disuelve entre el gentío.

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