miércoles, 18 de noviembre de 2009 a las 23:26
No podía dejar de pensar en los más dulces amaneceres. Los tímidos rayos de luz entraban siempre por la ventanita del techo de la buhardilla. Él dormía como un angelito, todo blanco, delicado, envuelto en sábanas suaves como la noche. Le gustaba sonreírle en silencio sin que él supiera que lo miraban, detener la mañana en esa habitación en la que se querían, en el mismo centro de alguna ciudad y ajenos a todo su movimiento.
Sin embargo, la claridad de esos pensamientos quedaba empañada como un cristal con vaho. Toda esa felicidad quedaba desenfocada, borrosa. El miedo es transparente, y nunca antes se había sentido ahogar por dentro como cuando lo echaba de menos.

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