Cristales

martes, 7 de julio de 2009 a las 22:47
Siempre le acariciaba la mano. Un día tras otro. Incansable. Tierno.
Aunque ella no pudiera oírle, él le susurraba.
Pasaron meses.
Y él siguió allí, observándola al pie de su cama y esperando a que ella volviera de su viaje. Imaginando cómo podía ser todo en un futuro. Deseando que llegara el día que lo hicieran real entre los dos.


Abrió los ojos poco a poco. La luz la cegaba. La luz de su sonrisa. De su mirada. Notó como sus dedos le acariciaban el pelo. Cómo le decía algo. Dos palabras.
Lo único que podía hacer era sonreír. Había vuelto de un largo viaje y él había seguido esperándola, aunque supiera que no iba a contarle las cosas que había visto.
Se sintió feliz. Podía empezar todo de nuevo. Un nuevo viaje acompañada, con detalles que contar, con alguien que la llevara de la mano.
La enfermera apareció para recordar que se cerraba el horario de visitas, y él prometió volver al día siguiente para contarle los planes que por fin podían llevar a cabo. La besó dulcemente, cerrando los ojos, llevándola a otro lugar, tranquilo, silencioso, cálido... y se despidió, guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta.


Aquella noche ella durmió como no lo había hecho en meses. Soñó. Vio colores, escuchó melodías, risas, caminó por paisajes verdes, olió flores, se tumbó bajo el sol. Por la mañana, amaneció con una sonrisa en la boca, lista para vivir otra vez.
Lo esperaría. No le importaba que fuera impuntual, él había esperado mucho tiempo por ella. Esperaría lo que él tardara.



La noche anterior, mientras ella soñaba, él salió del hospital feliz como no había estado en meses. Se había despertado.
Caminó sonriente hacia su casa, casi trotando.
Apenas le dio tiempo a reaccionar. Cuando quiso darse cuenta, yacía en el suelo, entre cristales. Levantó la cabeza y vio sangre a su alrededor. Colores en movimiento, alarmas pitando frenéticamente. No había notado nada. No sabía qué había pasado. No sentía dolor físico.
Sólo el dolor de una certeza. Que había esperado para verla vivir, pero esa vida ya no iba a compartirla con él.
Que ya no volvería a verla.
Antes de que sus ojos miraran inertes al infinito, una lágrima rodó por su mejilla. "Espero que algún día me perdone", pensó, sintiendo su corazón latir por última vez.

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