Estoy aquí. El balcón huele a noche valenciana. Intenté describirlo en mi memoria, pero es una sensación inefable. Luz amarillenta sobre el asfalto, alguna persona caminando despreocupada, la noche oscura.
Siguen los edificios donde estaban, Blasco Ibáñez es el palacio de las corrientes de aire. Yo ya no suelo con una cerilla y un bidón de gasolina. El ceño se ha desfruncido. Las aglomeraciones ya no son apabullantes ni esconden ojos que desvisten. Aquí y allá ya he vivido.
Una segunda capa de Vida-shop sobre este lienzo ya dibujado por los años. Los bares están llenos, la gente ríe, los niños llevan smartphones, hay cola en la peluquería, nadie es extravagante. Seguimos estudiando para no escribir el futuro.
Pero yo sí lo hago. Yo escribo. Porque quiero. Y porque puedo.
Dije que no tenía raíces antes de partir. No era cierto. Estaban ahí, y han crecido. Los transplantes nunca son definitivos.
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Hace 5 años
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