Horas bajas

jueves, 11 de febrero de 2010 a las 0:29
El agua verdosa del canal parece un cuadro pintado al óleo. Por detrás de mi pasa un holandés en bici, una bici que quizás dentro de algunos meses esté durmiendo en el fondo de ese mismo canal, con otras que yacen olvidadas ahí abajo desde no se sabe cuándo. Algunos barquitos tienen flores en las ventanas y flotan con gracia, tambaleándose con cada soplo de aire.
Cierro los ojos y dejo que el sol me haga cosquillas en la cara, no voy a ser antipática con él por una vez que se deja ver. Desde mi ventana junto a la Plaza Damm todo parece gris, el suelo, el cielo, yo. Algún viejo que se agacha buscando colillas. Pero después bajo a la calle y ya no es gris. La estatua del centro es blanca, y las vías del tranvía brillan. La gente lleva bolsas de colores, y me entran ganas de irme de compras todo el día y alimentarme de comida rápida del Febo a la vez que alimento sus ingresos.
Los jardines que rodean el Rijksmuseum son verdes. Todo es verde. Me encanta tumbarme y oler la hierba. Otros se la fuman. El otro día fui a un mercadillo cerca del Barrio Rojo y un hombre vino, me cogió la mano, la miró mientras murmuraba algo y se fue. Quizás predijo que pasado un tiempo estaría muy lejos, en España, echando de menos las calles de adoquines por las que camina todos los días. Creo que hubiera acertado en su predicción. Algún día volveré a pisar esas calles.

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