Pisé el acelerador. Las vías se abrían ante mí como una mano mostrándome su abanico de posibilidades. Apenas había tráfico. Cuando llegué a Brickell, la luz del día caía por detrás de aquel frente de edificios que se levanta en la bahía. Rascacielos de espejo, grises, azules, con ventanas encendidas. Pensé en la belleza del momento. Y en la belleza de una porción de noche dentro de una de aquellas habitaciones. La grande bellezza.
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Hace 5 años